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MUJERES DE RECONQUISTA: LA HISTORIA DE SARA FLORES DE MEDINA

Sara Flores de Medina: Cómo las madres de Plaza de Mayo:

Sara nació el 6 de octubre de 1916 en San Antonio de Obligado, hija de Florencia Flores. Tuvo una familia de crianza. Realizó los estudios secundarios en la Escuela Normal Juan Bautista Alberdi de donde egresó en 1935 con el título de Maestra.

Comenzó a ejercer la docencia en un paraje llamado La Reserva, en el norte del Departamento General Obligado. En esa época contrajo matrimonio con Eduardo Feliciano Medina. Posteriormente la trasladaron a la localidad de Malabrigo donde ocupó la dirección de la escuela. Allí nacieron sus hijos Juan Carlos (1937), Hugo Washington (1941) y Sara Susana (1948). En esa escuela Juan Carlos cursó el primario y Hugo hasta segundo grado. Después la familia se radicó definitivamente en Reconquista. Sara continuó trabajando en la docencia, en el Escuela “Bernardino Rivadavia”.

Esos habrán sido los tiempos felices de doña Sara, cuando reunía a todos sus seres queridos en la mesa familiar. Más adelante la vida no le ahorraría amarguras.

En los 60 y 70 las circunstancias históricas de los países latinoamericanos eran nefastas: regímenes dictatoriales, miseria creciente, perdidas de fuentes de trabajo, concentración de las riquezas, represión a los sectores populares. Muchos jóvenes tomaron conciencia de la necesidad de luchar por condiciones de vida más dignas para todos. Algunos lo hicieron a partir de la actividad política, otros tomaron el camino de la lucha armada. Susana y su hermano Hugo fueron parte de esos miles, estudiantes, obreros, profesionales y sacerdotes que se convirtieron en militantes revolucionarios.

Mi marido no compartía las ideas de ellos. Yo tampoco porque tenia mucho miedo. Pero Hugo y Susana eran muy confidentes conmigo, me contaban, me escribían:

“… vos pensás igual que nosotros, es tu miedo el que te hace hablar así”. Yo les mostraba el otro lado de las cosas. Ustedes quieren cambiar el mundo a los veinte años. Les mostraba el peligro que corrían, los ideales estaban muy bien. ”Mami lo peor es que no pase nada!”, decían. Fueron mis maestros. Yo los escuchaba. Pero tenía miedo.

El primer gran dolor le llegó a Sara el 20 de setiembre de 1968, cuando su hija Susana muere en Santa Fe como consecuencia de las quemaduras sufridas al fusionarse material explosivo que estaba en la habitación que compartía con otras chicas.

Para mi abuela fue un dolor tremendo porque Susana era su nena, cuenta su nieto Raúl “Lali” Medina.

A los pocos días le llegó una carta enviada por el sacerdote jesuita José M. Llorens, en la cual elogiaba la valentía y la entrega de “esta niña de 19 años, mártir de un continente injusto”. También reconocía la grandeza de alma de ellos como padres, en esas tristes circunstancias.

Sara tuvo otro setiembre doloroso en 1974 cuando debió despedir, definitivamente a su esposo. Entre tanto Hugo contrajo matrimonio con una compañera de militancia María Stella Zanocco, mendocina, de cuya unión nacieron Diego (Pichi) y Raúl (Lali).

La vida de Hugo y María Stella (Piki) fue azarosa. Ambos seguían militando. En 1975 él fue apresado en Córdoba, pero logró huir. En 1976 se radicaron en la provincia de Buenos Aires donde se encontraron con amigos que los ayudaron mucho, primero compartiendo la casa y luego buscándole trabajo y casa para alquilar. Por razones económicas, cambiaron varias veces de domicilio. La vida adquirió entonces, cierta normalidad, Hugo trabajaba en una fabrica de pinceles, en Avellaneda, Diego y Raúl comenzaron a asistir al Jardín de Infantes. En febrero de 1978, esa aparente normalidad se vio sacudida por una desgracia: María Stella, Piki, fue asesinada. Sara estimó que debía ir a vivir con Hugo y los niños para cuidarlos, para ocuparse de que estuvieran lo mejor posible.

Coincidiendo con el mundial de futbol, la dictadura organizaba el evento y también cerraba el cerco sobre la organización Montoneros. Dicen que la conducción de la organización le había ofrecido a Hugo salir del país, oferta que él no aceptó pensando en su hermana Susana, su compañera Piki y los miles de muertos-.

Fue secuestrado el primero de agosto de 1978 en Lanús. Sara comenzó a buscarlo. Sin conocer Buenos Aires se movilizó activamente. Subió a colectivos y subtes utilizando las claves secretas para esos casos, se contactó con los pocos compañeros de su hijo que aún vivían. Siguió buscando hasta que se quedó sin dinero y entonces, tomó a sus nietos y volvió a Reconquista.

Asumió la crianza y la educación de Diego y Raúl como abuela y madraza al mismo tiempo. Se ocupó de su salud, de las tareas escolares y de su bienestar. Al mismo tiempo siguió buscando a su hijo desaparecido, como tantas otras madres. Con la reapertura de la democracia se reavivaron sus esperanzas. Durante años lo buscó y tuvo esperanzas de encontrarlo vivo.

Junto a su hijo Juan Carlos, acompañó a sus nietos, en 1992, a recibir los restos de María Stella Zanocco (Piki) que habían sido ubicados en Lomas de Zamora por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Sara estuvo con ellos cuando le dieron cristiana sepultura en Mendoza, donde vivían los padres de Piki.

Finalmente, la búsqueda de Sara la llevó hasta el cementerio de Avellaneda donde se localizó una fosa común. La declaración de una sobreviviente más el cruzamiento de datos del equipo forense, daba indicios de que allí podrían estar los restos de su hijo, pero no se los pudo identificar porque luego de algunos años sus restos habrían pasado al osario común. A partir de entonces Sara comenzó a hacer un cierre en su esperanza de encontrarlo vivo, pero mantuvo la fe de poder darle cristiana sepultura.

Ya anciana tuvo que hacer otros duelos: la muerte de su primer nieto, Andrés, que partió en plena juventud y más adelante la de su hijo Juan Carlos. Soportó demasiadas muertes de seres queridos.

Sus nietos la cuidaron con amor y finalmente esta mujer valiente y sufrida dejó nuestro mundo el 2 de febrero de 2013.

Ella se ocupó de nuestra crianza, siempre con la verdad, con dolor, pero con verdad y sin odios. Le parecía bien que participáramos en la Agrupación Hijos y cuando salíamos por radio o televisión nos escuchaba y luego nos daba su opinión. Siempre recalcaba: Memoria, Verdad y Justicia, pero sin rencor. Y lo logró.

Raúl Sabino Medina

Terminamos esta historia de vida, con las palabras de Raúl Borsatti en la dedicatorio de su libro Solo digo Compañeros:

A doña Sara Medina, por la dulzura de sus canas, por su valentía y por su ejemplo de “bancarse” la militancia heroica de sus hijos Hugo y Susana. En ella a todos los que cada mañana cuando amanece y despiertan, siguen el sueño de ver retornar a sus seres queridos, desaparecidos.

 

Casa persona tiene derecho a una tumba y a una lápida con su nombre que la reinstalen en su propia historia y en la historia y la cultura de nuestra civilización.

Juan Gelman

 

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