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MUJERES DE RECONQUISTA: LA HISTORIA DE ROSA PREZ DE SOTELO

Vida dura y ayuda al prójimo

Nació el 23 de agosto del año 1900, en Altures, provincia de Gorizia que entonces formaba parte del Imperio Astro Húngaro, sus padres, fueron Inocencio Prez y Santa Firman. La vida era dura en esa aldea rural, donde el dueño de la tierra les arrendaba una cuadra, allí cultivaban y criaban unos pocos animales, sólo se sobrevivía. Hacia 1912 la situación política presagiaba la inminencia de una guerra, por eso dos de los hijos de Inocencio, José y Antonio decidieron abandonar el territorio y emigrar a América, el continente de la paz y el progreso. Desembarcaron en Brasil donde quedaron unos seis meses, luego decidieron venir a la Argentina. Después llegó el resto de la familia, los padres y demás hijos: Redento, Lucia, Rosa y María.

Vivían en una quinta de la familia Sellarés, heredada luego por Moreno, donde se dedicaban al cultivo de frutales y verduras.

A los 19 años, Rosa se casa con Evaristo Sotelo, quien era policía, hombre bohemio y entusiasta de las guitarreadas junto a su amigo Evaristo Fernández Rúdaz. Acompañó a su esposo cuando debieron instalarse en Paso Cañete (cerca de Las Garzas) lugar por donde los correntinos pasaban al norte de la provincia de Santa Fe y algunos introducían el tabaco. Como la necesidad era grande Rosa les cobraba un arancel por el tabaco y así lograba tener unos pesos.

Con respecto a la situación de Rosa y su marido hallamos dos versiones:

Pero al tiempo su hermano Redento, mi padre, se entera que Sotelo era violento y la maltrataba, por eso juntos a los otros hombres de la familia fueron a buscarla, así fue como Rosa se separó de su marido y volvió a la casa de los padres, siempre con la pobreza a cuestas.

Esto relató su sobrino Bernardo, en tanto que Alfredo nos dijo lo siguiente:

Yo recuerdo cuando vinieron a Paso Cañete, a caballo los dos, mi tía Rosa toda desgreñada porque atravesaron el monte varios kilómetros, atrás venían sus perros. Todos llegaron muy sedientos. Se instalaron en calle Patricio Diez, cerda de La Cortada, todavía existe esa casa en esquina, sin ochava. Sotelo tenía allí caballos de carrera y gallos de riña, era un hombre muy jugador. Un día ganaba un campo y al otro día lo perdía. Esa no era vida para la tía Rosa, por eso se separaron y ella se fue a vivir con los padres.

Como los hijos que deseaba no habían llegado, Rosa decidió criar a dos que la vida le puso en sus manos: uno de ellos tenía ya 8 años, Cándido Franco, el otro era un niño pequeño, epiléptico que se lo entregó su familia de apellido Arnold, le decían Negrito y era oriundo de Las Garzas.

Para pesar de Rosa, Cándido no tomó el camino recto sino el equivocado y anduvo siempre complicado por los delitos que cometía cuando ya era mayor de edad, terminó yéndose para Buenos Aires. El Negrito Arnold era bueno y dócil pero frecuentemente le daban ataques propios de su enfermedad, ni siquiera lo podía mandar a la escuela. Ella lo cuidaba amorosamente pero cuando cumplió los 18 años, los padres biológicos se lo quitaron para tener una mano más en el trabajo del monte.

Poco tiempo sobrevivió ese joven enfermo haciendo un trabajo tan rudo. Un día tía Rosa me dijo: “hoy voy a ir al Cementerio porque lo sepultan a mi Negrito”

Blanca (sobrina)

La madre de Rosa, doña Santa era “comadrona” o sea oficiaba de partera cuando se lo requerían, a veces tenía que ir a la colonia y esperar varios días hasta que se producía el alumbramiento, por lo tanto, venía bien que Rosa estuviera con ellos para atender la casa durante su ausencia.

Yo tengo 92 años, hace poco me encontré con un poblador de la zona ubicada entre Los Laureles y La Lola que me preguntó cuál era mi parentesco con doña Santa porque él recordaba que esta señora visitaba periódicamente su casa cuando él era chico y siempre después de doña Santa aparecía otro hermanito. Ellos ignoraban todo lo relacionado con el sexo y la maternidad, sólo sabían que ya no querían más bebés en la familia por eso pensaron que una solución sería ¡darle una paliza a esa mujer para que no vuelva más! Esta anécdota muestra la ignorancia de los niños de aquellos tiempos porque había temas que en la familia no se hablaban. Eran tabú.

Adolfo (sobrino)

Cabe aclarar que los conocimientos de Santa sobre ese tema y otros relacionados con la medicina, los había aprendido en su tierra natal donde colaboraba con los médicos de la aldea; ella le fue transmitiendo a Rosa sus saberes sobre la curación de ciertos males, a través de variadas hierbas y ungüentos, más las oraciones que se debían rezar en latín.

Después de la muerte se su madre, Rosa comenzó a practicar los rituales de la sanación ante malestares como eccema, culebrilla, herpes, erisipela, parásitos, raquitismo, el “mal del mono”, hernias, entre otros.

Cuando se trataba de problemas digestivos o hepáticos había que llevar en un frasco la orina (“las aguas” le decían) ella miraba a tras luz y advertía qué era lo que estaba inflamado. Nunca le sugería medicamentos de laboratorios, sino tisana de hiervas que variaban según el caso.

También hacia tónicos para esos malestares, el procedimiento de elaboración consistía en hervir las hierbas en una olla de cobre, a los que agregaba unas gotas de alcohol. Para los parásitos extraía el jugo de las hojas de alcanfor y le ponía unas gotitas a un terrón de azúcar. Otro remedio que hacía era mezclar vino blanco, aceite y algunos yuyos, esto era lo indicado para realizar fricciones en el cuerpo.

También usaba “galipot” (brea), que ponía a calentar en la cocina y luego lo aplicaba a la parte enferma del cuerpo. A quienes la consultaban les recomendaba primero ir al médico luego los atendía ella si así lo deseaban.

La tía Rosa no cobraba nada pero aceptaba lo que la gente buenamente le daba y a sus tónicos sí los vendía, esos eran sus escasos recursos para sostenerse en la vida.

Era una persona muy austera y de buen humor, se tomaba muy en serio sus prácticas de sanación y para ello hacía ayunos, sacrificios y recitaba las oraciones en latín. Todas las noches rezaba el rosario.

Varias veces la denunciaron pero pudo salir airosa de sus circunstancias, por otra parte había personas “importantes” de Reconquista que requerían sus servicios y que, a veces en horas de la noche para que nadie los viera, venían a buscar sus tónicos y preparados para las fricciones.

Blanca (sobrina)

Cuando era pequeño, mi hijo Jorge tuvo tétanos, estaba muy mal, recuerdo que una noche la pasamos sin pegar los ojos junto con el Doctor Zamora, a un lado de la cama, del otro lado, Rosa. Yo creo que ambos lo curaron pues se sanó.

Mi tía se ocupó mucho de Rodolfito, el hijo de doña Clelia Del Zotto de Prez, como la mamá trabajaba, lo comenzó a traer a su casa y terminó viviendo prácticamente con ella, antes de morir Rosa le cedió a él un terreno contiguo a su vivienda.

Bernardo (sobrino)

Yo la recuerdo, con su delantal de cocina y una camperita negra. Atendia a la gente en el comedor, yo solia sentarme a escuchar, me llamaba la atención que mientras “curaba” ponía una mano cerrada sobre su pecho, debajo del corazón. En el patio de la casa cultivaba muchas hierbas que luego ponía a hervir en su cocina a leña. La gente le hacía regalos, por ejemplo telas para vestidos o blusas, también gallinas que ella criaba en el fondo de la casa. Era muy buena y servicial con todos, con los “importantes” y con los pobres.

Silvia  (sobrina nieta)

Cuando enfermó, tanto sus hermanas como los sobrinos la internaron en el hospital y la cuidaron con cariño. Falleció el 5 de julio de 1964.


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Tel: (3482) 573333 / 437800| [email protected]| Patricio Diez 374, Reconquista