Continuando con el desgloce iniciado durante el domingo pasado, ahora veremos qué confiterías se instalaron en la segunda mitad del siglo XX:
EL MOROCO
Nombre exótico para una confitería de Reconquista, más aún, teniendo en cuenta que significa “Marruecos”.
Estaba ubicada donde, años antes, había funcionado la confitería Gloria: en la esquina de calles General Obligado y Habegger, haciendo cruz con la tradicional “Mansilla”.
Los pocos datos obtenidos sobre El Moroco se refieren a un joven llamado Guillermo Bergel que se hallaba en Marruecos (norte de África) cuya característica principal era su espíritu aventurero. A fines de los años 50 llega a Reconquista con un amigo marroquí llamado Michel Cormouls Houles y ambos deciden instalar una confitería.
Quizás por lo novedoso de estos muchachos venidos de África, enseguida lograron una importante clientela, especialmente jóvenes. Las chicas y los muchachos que salían de la última misa dominical quedaban en la confitería hasta la siesta tomando bebidas y bailando, con la música que brindaba una vistosa victrola llena de luces de colores. Todo era muy movido según cuentan quienes recuerdan esos tiempos.
Por la noche llegaban familias que disfrutaban del variado menú que se les ofrecía, en verano se colocaban mesitas en la vereda.
Ricardo Del Zotto también aporta estos datos: el marroquí Michel no estuvo mucho tiempo porque extrañaba su tierra y regresó a ella. Bergel fue el titular de la confitería durante dos años aproximadamente. Se casó con una señorita de Reconquista y se trasladaron a Córdoba donde instalaron su domicilio.
Los hermanos Juan Carlos y Aníbal Benvenutti se hicieron cargo del Moroco. La confitería mantuvo su nombre, pero no el encanto que le habían impregnado los jóvenes aventureros que vinieron de África.
LA RICHMOND
Don José Gauna compró la confitería Moroco y le cambió el nombre por “Richmond”. Durante años fue el lugar preferido por la gente joven. Tiempo después, al lado sobre calle Habegger, abrió un local bailable muy bien decorado que se llamaba “La Caverna”.
Las dos últimas confiterías y pizzerías que funcionaron en esa tradicional esquina de la ciudad fueron “Bahía” y luego “Hielo y Limón”. Ambas tuvieron una existencia breve.
YASIRESÁ
Ubicada en Habegger al 700, entre Galería Anita y el cine RECITE, abrió sus puertas el 19 de agosto de 1971 y perteneció a Emilio Derendinger.
Este lugar de esparcimiento era amplio y luminoso. En la pared oeste tenía un hermoso mural realizado por los artistas plásticos Carlos Fuente y Norberto Fandos.
Los fines de semana, por la mañana, llegaban los amantes del Ajedrés y del Dominó, ocupaban las mesas de atrás y se enfrascaban en sus entretenimientos.
Una escalera permitía el acceso a la planta alta donde funcionaba “Zulú”, confitería bailable nocturna, elegantemente decorada, que estuvo de moda largo tiempo y donde también se celebraban cumpleaños de 15.
Yaeiresá cerró sus puertas en el año 1994.
CHEROGA
En la esquina, donde había funcionado la confitería Mansilla, desde el 10 de octubre de 1979 está la tan conocida “Confitería Cheroga”. Su propietario, Luís Martínez recuerda que tenía 23 años cuando inició este emprendimiento, con numerosas dificultades al principio.
Cheroga fue el escenario de charlas y recitales cuando la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Reconquista impulsó el programa “Café, Cultura y Nación”. El salón se colmaba de gente, sentada alrededor de las mesitas, apretujada, mientras degustaban el café o bebida favorita, y apreciaban el espectáculo que se le brindaba gratuitamente. Se recuerda la presentación de Beba Pugliese que deleitó con su piano y además habló del tango y de su padre el gran músico Osvaldo Pugliese.
Cheroga es la confitería de “todos”, de familias, de grupos de amigos y también de solitarios como la escritora María del Pilar Lencina, cuando ya jubilada, todas las mañanas ocupaba una mesa para tomar un café, un vaso de agua y charlar con los amigos y los discípulos que se acercaban a saludarla.
Otro personaje vinculado a Cheroga era Ramón Godoy quien con su cajoncito de lustrabotas recorría las mesas ofreciendo sus servicios. “Moncho”, así le decían, era conocido y apreciado por todos. Un día no vino, tampoco al siguiente, es que Moncho había partido para siempre.
Pasan los tiempos, las crisis económicas y las modas, pero Cheroga sigue allí. Congregando clientes y amigos. Es, como dicen algunos, “el cabildo de Reconquista”.
Acá podes leer la primera parte:
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