En nuestras columnas de opinión de los días Domingo reviviremos la historia de nuestra ciudad de Reconquista a partir de los escritos de la profesora Mirta Vacou, incansable docente e investigadora de nuestra región.
Hoy, compartimos la historia de Paulina Zocolsky Jait de Coulchinsky:
La fuerza de las creencias
¿Cómo nombrar a mi querida abuela Paulina? ¿Doña Paulina, como la llamaba mi madre a la que ella adoraba? ¿Perl, como la llamaban sus familiares contemporáneos en Yiddish? ¿La abuela Perla como la llaman algunos de mis primos de Buenos Aires? ¿Cuántas versiones hay sobre esta aguerrida mujer arrojada de las llanuras ucranianas, expulsada por la locura devastadora de los Pogromos zaristas que borraban de la faz de la tierra por completo aldeas judías como un terrible Leviatán?
Pacho Coulchinsky
En Reconquista la colectividad judía era escasa. Se pueden mencionar algunos nombres tales como: Salvador Azulay, Salomón Berman, Santiago Margulis, Salomón Benarrosch, Zocolvsky Gerchs, Fadel David, Jacobo Alperin, Schtuker, Serfatti y pocos más, según la Guía Anual Israelita del año 1949.
No existían instituciones básicas para la práctica del culto. No había escuelas donde los niños pudieran educarse en su fe, ni sinagogas, ni cementerio judío. Antes estos inconvenientes algunos terminaron por trasladarse a otras localidades o bien sus descendientes abandonaron el judaísmo y se volcaron a la religión católica. Algunos reformaron levemente sus apellidos.
La historia de Paulina Zocolsky Jait de Coulchinsky muestra claramente todas las vicisitudes que pasaron los judíos provenientes de Rusia y, al mismo tiempo, destaca la firmeza de sus creencias, la fortaleza para superar las adversidades y la tenacidad que puso para unir a su familia.
Es el nieto, “Pacho” Coulchinsky quien narra la historia, aquella que tantas veces escuchó de niño cuando su abuela le contaba los horrores por los que había pasado en su vida.
La recuerdo menuda, con su cabello blanco, muy suave, al igual que la piel de su rostro, en su departamento de Buenos Aires del barrio judío de Villa Crespo, recostado sobre su pecho, contándome historias sobre la guerra, mezclando su rudimentario español con acento ruso y palabras en Yddish, aquella lengua secular que hablan los judíos “Ashkenazy” procedentes del Este y Centro de Europa, devenida del amalgama del hebreo, ruso, alemán, francés antiguo y cientos de dialectos que los miles de judíos obligados a salir de sus tierras y vagar interminablemente por tantos sitios diferentes fueron recolectando para formar una lengua única e infinitamente rica en matices y significados.
¿Dónde nació? ¿En Kiev? ¿En Poltava? ¿Qué importancia tiene ya? Sabemos que vino de Ucrania junto a su esposo Pedro Coulchinsky Yurkevich a principios del siglo XX y al llegar a esta tierra de promesas se convirtieron en un par de “rusos” más, y portadores de un estigma ancestral: el ser judíos.
La colectividad judía en la Argentina se fortalecía, pues comenzaron a llegar en gran cantidad por las políticas migratorias fomentadas por nuestro país a finales del Siglo XIX, y la solidaridad entre sus miembros era emblemática. Es así que, con la ayuda de sus pares, quienes les brindaron mercaderías para la reventa, se instalaron en Las Toscas, un sitio floreciente gracias a la explotación forestal y agrícola.
Se dice que Paulina era una experta costurera y confeccionaba ropa para la venta en aquel almacén de ramos generales. Era una mujer que en su Ucrania natal había recibido una educación importante y quería lo mismo para sus familiares; en Las Toscas tuvo que recurrir a las institutrices que venían con las familias inglesas, de religión protestante. Esto suena bastante lógico al ser judíos, no podían echar mano de la educación que se brindaba en la región, a cargo de instituciones católicas.
Allí nacieron sus primeras dos hijas: Sara y María. Pero había algo que a Paulina no la dejaba en paz: su madre, Rivka Rujl Jait Zocolska (Rebeca Raquel) y su hija Giussia, habían quedado en Europa. El poder del Zar declinaba y Ucrania estaba pasando una terrible hambruna; por eso Paulina decide viajar para buscar a su madre y hermana. Su hermano Moshke ya se había instalado en Buenos Aires. Al poco tiempo de llegar y con los boletos en la mano, a punto de embarcar a Hamburgo, estalla la Primera Guerra Mundial y deben volver a Kiev.
Nunca olvidaré las historias que mi abuela me contaba cuando era un niño de cinco años en aquel departamento de Villa Crespo: de cómo tuvo que vender su vestido de casamiento, que su madre Rivka conservaba, para poder comer, y cuando ya nada había para alimentarse lo único que en ocasiones tenían era ¡tierra!, de cómo el tifus diezmaba a la población pero a su vez era una poderosa arma de defensa, ya que los soldados que buscaban a las mujeres para someterlas, al ver que se les había caído el cabello, flacas y haraposas, el cuerpo cubierto de llagas, huían despavoridos.
En 1917, en plena Guerra Mundial, estalla la Revolución Bolchevique y la situación para Ucrania empeora, pero en noviembre del ’18 finaliza la Gran Guerra. Mi abuelo Pedro se había quedado en Argentina y durante mucho tiempo envió dinero que jamás llegó a manos de mi abuela Paulina. Los bolcheviques habían tomado el poder en Rusia y Ucrania y no permitían salir a ningún ciudadano, por lo cual Pedro tuvo que pagar una abultada fianza al gobierno comunista para que su esposa y sus familiares pudieran viajar a Argentina.
A su regreso, nacen Dora, Fanny (Clara), David y Adolfo. Comienza así una etapa de bonanza para la familia Coulchinsky Socolsky, que se trasladan de Las Toscas a Reconquista, donde en el año 1925 inauguran el emblemático local de la Mueblería “La Positiva”, en la esquina de Obligado y Rivadavia, con sucursales en Villa Guillermina y Bella Vista.
Para un judío, casar a sus hijos con judíos era primordial. No eran muchos los candidatos disponibles por aquellas épocas, por lo tanto, y también para estar cerca de su madre y sus hermanos, Paulina se instala en Buenos Aires. Sara, María y Dora se casan con judíos y Clara rompe la rigurosa tradición y escapa (literalmente hablando) con el “Nene Cisera”, personaje de aquella Reconquista de los ’40. David se casa con Irma Tarabein, hija de árabes libaneses y Adolfo con Adita Ittig, descendiente de alemanes, algo contradictorio para un par de judíos, pero es evidente que el amor es más fuerte.
No fue demasiado el tiempo transcurrido en compañía de mi abuela, pero aquellos encuentros en Buenos Aires y sus viajes a Reconquista, dejaron en mi memoria momentos únicos, vividos con una intensidad absoluta, donde las charlas compartidas entre el aroma intenso e inconfundible de las comidas judías, fueron sellando en nuestras almas el amor y el respeto a su legado.
Paulina y Pedro terminaron su épico derrotero en Buenos Aires y sus restos descansan en el cementerio judío de La Tablada.
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