Para referirnos a esta mujer vamos a comenzar por sus antepasados. En el año 1870 llegan a la Argentina, Gregorio Diez, su esposa Inés Del Castro y sus hijos mayores Froilán, Carlos y Julián procedentes de León de Castilla, España. En Buenos Aires, Froilán que sólo contaba con 15 años de edad, buscó trabajo y lo logró ingresando como peón en el establecimiento de la familia Lezama, durante cuatro años logró reunir algunos ahorros.
En 1876 se trasladaron todos a Reconquista integrando un grupo de españoles inmigrantes, dispuestos también a colonizar esta zona. Atendidos y apoyados por el Coronel Obligado, fundan la Colonia Abipones, junto al Fortín del mismo nombre a unos 30 km al Oeste de Reconquista.
El 28 de agosto de 1880 a los 25 años de edad, Froilán contrae matrimonio con María Buyatti, austríaca friulana, también de 25 años. Fueron sus hijos: Luís, Marcelina, Laureano, Patricio, María, (n. 13 de noviembre de 1887), Inés, Teresa y Hermenegilda.
En esta familia los varones se dedicaron a incrementar los bienes familiares: empresas, campos, estancias; a excepción de Patricio que se dedicó a la política.
Fue designado Intendente cuando Reconquista se elevó a la categoría de ciudad, en 1921, y luego continuó ocupando otros cargos a nivel provincial y nacional. En tanto las señoritas realizaban “buenos matrimonios” tal como correspondía, es decir con jóvenes que además de poseer cualidades espirituales, también aseguraran recursos económicos para el progreso de su familia.
Así fue como María, más conocida como Mariquita, casó con Pedro Lanteri, perteneciente a otra familia colonizadora del norte santafesino, dedicada al comercio de ramos generales y acopio de cereales. Los hijos de este matrimonio fueron: Héctor (Tutín), Eduardo, Reinaldo (Chichín), Nélida, Arminda, Eldina Inés, Hilda María Lina y María Lida.
La anteúltima hija, Hilda, rememora los años de la infancia pasados en la casa paterna, ubicada en calle Belgrano al 940:
“Era una casona amplia pues además de las habitaciones tenía un hermoso patio
con aljibe, jardines, una huerta, la quinta con árboles frutales, en el fondo estaban los establos para las vacas lecheras y el gallinero, bien instalado con una pequeña fuente donde nadaban los patos; detrás el típico molino de viento para extraer agua.
Durante años las paredes de la casa estuvieron cubiertas de hiedra, así lo quiso mi padre, para que fuera semejante a las de su pueblo natal”.
Mariquita era una bella mujer, de carácter suave, pero al mismo tiempo, enérgica cuando las circunstancias lo requerían, era sencilla y elegante para vestir. Sobre esta cuestión de la ropa, Hilda cuenta que se solía encargar vestidos y abrigos a las grandes casas de Buenos Aires, “Gath y Chaves” y “Harrods”, prendas que se elegían en los catálogos. Mientras Pedro se ocupaba de la empresa, ella criaba a los hijos, los educaba con cariño no exento de disciplina, lo que se dice “mano de hierro en guante de terciopelo”. Además, siempre estaba al corriente de cómo andaban los negocios familiares.
Se ocupó de que los hijos varones tuvieran estudios universitarios: Héctor se graduó de abogado en la Universidad Nacional del Litoral y Eduardo estudió Arquitectura, en Buenos Aires. Con Reinaldo en cambio debió rendirse ante su personalidad inclinada a la bohemia. Las hijas mujeres cursaron los estudios primarios en el Colegio San José y luego los secundarios en la Escuela Normal “Juan B. Alberdi” de donde egresaron como Maestras.
En el año 1944 falleció don Pedro Lanteri, la empresa quedó al mando de un Directorio cuyo presidente era Héctor, el hijo mayor. Mariquita continuó interesándose por la marcha de la misma, en su casa estaba la llave del negocio, todas las mañanas de ahí se la retiraba y por la noche su hijo se la entregaba y le contaba detalladamente cómo había sido la jornada. Había aproximadamente 50 empleados cuyos salarios dependían de la buena marcha de esta empresa.
Cuando los nietos eran un ramillete de chiquilines, a la tardecita, luego de que fueran bañados y cambiados, debían cumplir con un ritual: visitar a la abuela Mariquita y saludarla cariñosamente. Ninguno faltaba a ese desfile de niñas y niños bien arregladitos y modositos ante la mirada de la abuela, aunque en otros momentos fueran inquietos y traviesos.
“Mi abuela se mantenía impecable y con una voluntad de hierro. Recuerdo que se
hacía peinar su larga cabellera, se arreglaba de “punta en blanco” para sentarse
en la vereda como en esa época se estilaba, junto a sus hijas, nietos y bisnietos.
Siempre elegante y con el infaltable camafeo en el cuello. Con la espalda erguida,
no le gustaba usar bastón.
En una oportunidad me avisaron que la llevaban a Rosario porque se había
fracturado la cadera como consecuencia de una caída (o la caída fue porque se
había fracturado, nunca se sabe bien en una persona añosa). Tenía entre 80 y 90
años, los médicos que la operaron dijeron que de ahí en más tendría que
permanecer en una silla de ruedas. Pero no fue así porque ella puso empeño en la
rehabilitación y volvió a caminar, esto fue una muestra de su gran voluntad y
fuerza de carácter”.
Nidia Lanteri (Nieta)
Hilda relata que durante largos años sirvió en su casa una mujer que se ocupaba de la cocina, no recuerda su nombre, pero sí el de doña Leocadia Muchut, quien pasaba horas fregando en la batea de madera ubicada bajo los árboles y cerca del molino. También aparece en el recuerdo, don Alberto Álvarez, empleado de la
casa que también oficiaba de chofer encargado de conducir el coche familiar, que alguna vez fue un Chevrolet 47.
Podemos suponer que la vida transcurría plácidamente en este hogar, sin sobresaltos económicos ni trabajos agobiantes, salvo las contingencias de enfermedades y muertes, que no eluden a ningún estrato social. Seguramente a doña María le habrá afectado mucha la temprana muerte de su hermano Patricio, cuyo prometedor futuro en la política, quedó trunco aquel 8 de noviembre de 1929.
En esta familia, ella era la que imponía normas de buena educación, de comportamiento social, el cumplimiento de las prácticas religiosas heredades de sus antepasados y el respeto hacia los mayores. En medio de la sociedad patriarcal propia de su tiempo, el hogar de doña Mariquita era un “matriarcado”
que sus descendientes acataban con afecto.
Así lo fue hasta que, a los 92 años, en pleno septiembre del 79, María Diez de Lanteri, inició su vuelo hacia la Eternidad.
Datos proporcionados por:
Hilda Lanteri de Capózzolo (Hija).
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