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MUJERES DE RECONQUISTA: LA HISTORIA DE LAURA DEVETACH

Laura Devetach

Había una vez …

Laura nació en Reconquista el 5 de octubre de 1936, hija de José Devetach, inmigrante de origen eslavo, carpintero y ebanista, y de Julia Laura Isaías.

Yo vengo de cepa gringa. Mi papá era de origen eslavo, pero vivió en Udine, vino a nuestro país, se hizo ciudadano argentino y amó esta tierra. De él recibí los relatos de la inmigración, los cuentos que él había traído como friulano. Pero como me crie en un medio criollo tengo las dos vertientes del cuento oral: por un lado, los relatos gringos, por otro lado, los cuentos orales del lugar donde viví.

Amé mucho todo lo que tenía que ver con la gente de trabajo: muchachas, peones y aquello que llamábamos el “rancherío” que era el círculo de viviendas humildes que rodeaba Reconquista…

Fui hija única hasta los cinco años. Eso significó vivir rodeada de adultos que ponían el moño, me sentaban con las puntillas y me decían “no te muevas de ahí”.

Cuando no me dejaban salir me zambullía en algún libro.

Sobre su infancia, las palabras, los juegos y el colegio ella misma lo narra con poesía y humor en su libro “Oficio de Palabrera”:

Si hay una infancia apetecible, es una infancia en contacto con la naturaleza. Porque naturaleza significa espacios, texturas, olores, capacidad de dominio, sentirse un poco dueña de algo que no cabe en una caja: un patio de tierra para dibujar rayuelas o alguna higuera mansa para trepar (…)

Y así, jardín va, patio viene, calle un poco después, siempre se podría incorporar algún bicho, un poco de agua, barro, una cuna de hojas, hasta casas de “alto” por el módico precio de animarse a trepar a un árbol …

Y pasando el tiempo, venía el drama de nosotras, las mujeres: la vigilancia para mantener la buena presencia y los modales. Toda la energía familiar se ponía en movimiento para “modelar” niñas modelos. La naturaleza se convertía en mugre. Y el tiempo en aburrimiento. Una chica no tiene que trepar a los árboles, ni ensuciarse deliciosamente las manos, ni explorar feliz, en cuatro patas, el paso del escarabajo. Los vernos se convertían en purgante bajo la orden: -Sentate y no te muevas que te ensucias. ¿Eh?

Y una que acababa de ser fregada, peinada y vestida con puntillas (…) se quedaba prisionera de esas puntillas, hecha un palo almidonado, sentadita en el umbral. Mientras tanto el Bichi, que vivía enfrente, también lavado y planchado (porque de esa no se salvaba nadie en la tarde-verano-clase media-provinciana) remontaba barriletes o empujones con sus primos y el espacio.

Nada de comer mamón o caquis o paltas al pie de la vaca, con las caras metidas en las cáscaras, saboreando los nísperos condimentados con el zumbido de las abejas. Las frutas a la mesa, limpias y en platos. Mientras el Bichi lo dejaban trepar, recolectarlas y hasta le enseñaban a cazar y pescar. Pero una nena, nada de portarse como una salvaje arrugándose el moño y poniendo en peligro los volados, alcahuetes de tías, madres y abuelas.

En Reconquista, jugábamos a la “embopa”, remontábamos “pandorgas”, nos amenazábamos con hacernos (curuvica), nos ojeábamos diciendo “cherubicha que te pise un tren” y de afuera venía el circo donde sonaba el doble sentido de los chistes: “cuando me lo saco es saco y cuando me lo pongo es pongo).

En la librería Mariani encontré palabras castizas en el afecto del libro prestado. Me enteré que Caperucita era “ducha” y “avispada”, que las puertas tenían “pestillo” y las habitaciones se llamaban “estancias”.

Había otras palabras sonoras como puñado de piedritas. No importaba lo que querían decir. Venían del juego, de mi padre que había vivido en Europa extrañas aventuras: “puño-puñeto”, “quicolino”, “pipistrella”, Yugoslavia … También estaban las palabras de la tierra, pobres, un poco prohibidas, llenas de lobizón, los payés, la fruta agria del guanay, el grito del caburé.

Yo repetía las palabras, inventaba otras y fui comprendiendo que a cada sonido le corresponde una palabra. Que si no estaba hecha había que hacerla. El mundo se me abría en abanico y había que ponerse a traducir la vida cotidiana, a ponerle palabras a lo que no las tenía. Fue una diversión indispensable. Una notable tarea. Un vicio.

Después el colegio y sus vocabularios insólitos en las clases de castellano. Las pruebas de ortografía con parónimos en los que nos descontaban un punto por error. Y nos dictaban: ¿A estas horas te hincas ante los Incas y oras? O las listas de palabras para buscar en el diccionario y hacer oraciones: arcano, lontananza, rosicler. Mi amiga Norma había escrito; “Mi amiga mi dejo un Arcano”. Y la hermana Manuela, la maestra, la retó por ser tan corta de entendederas.

Yo llegué con transpiraciones a una obra deslumbrante: “La montaña guarda sus arcanos en lontananza, recortada sobre un cielo rosicler”. La hermana Manuela se quedó muda. Y no pudo decir que copié porque lo hice delante de ella. Toda la música del litoral era mía, toda la música de Italia. Toda la música.

El mundo es ajeno, pensé una vez más recordando las clases de geografía de toda mi infancia y adolescencia. El globo terráqueo aparecía de vez en cuando sobre el escritorio como un objeto inalcanzable. No lo toquen con los dedos, decían las monjas, apartándonos con el puntero si nos arremolinábamos alrededor. El globo terráqueo es de todos, niñas. Si lo tocan se gasta. Si gira mucho se le agranda el agujero del eje y se le salta el esmalte y se le …

Ante tanta catástrofe de astro desbocado y geografías borradas del mapa, ante la terrible responsabilidad de hacer reventar el plante, una daba un paso atrás. Porque era “nuestro” globo terráqueo y había que cuidarlo. Y una se quedaba con las ganas de ver donde estaba su país, su provincia, su pueblo, el propio lugar sobre el mundo redondo. El mapa común, chato y aburrido no tenia sentido. jamás me imaginé pisando el suelo de un mapa. El globo terráqueo, en cambio, planteaba enigmas, me hacia ver cabeza abajo, girando sin caer, compartiendo retacitos de colores con millones y millones de personitas mínimas que reían, lloraban y hacían pis como yo.

Laura Devetach estudió en Reconquista donde se recibió de maestra. Luego decidió trasladarse a Córdoba para iniciar la carrera en Letras. Alcanzó a rendir algunas materias, pero en 1955 la llamada Revolución Libertadora cerró la Universidad y por este motivo Laura regresó a Reconquista. En la zona rural ejerció como docente como ella misma relata:

Tenía un segundo grado con 56 alumnos que oscilaban entre los siete y los diecisiete años. Daba clase, según el día, en la sala de música, en ritmo de Febo asoma o en una iglesia vieja que se había convertido el palomar, y las palomas eran comilonas. Y nosotros estábamos abajo.

Vivió en Reconquista hasta 1957.  Cuando reabrió la Universidad Nacional de Córdoba, regresó y estudió la carrera de Letras Modernas egresando en 1960. Entre 1963 y 1965 se desempeñó como profesora de asignaturas relacionadas con la literatura en el Instituto del Profesorado Mariano Moreno, de Bell Ville.

En esos años publicó su primer cuento, llamado el Señor Pérez dedicado al público adulto. Se inició en la literatura infantil, primero en forma oral ya que le relataba cuentos a sus hijos y a los hicos que asistían a la guardería de enfrente de su casa. Cuando una escuela muy importante organizó un concurso literario, Laura Devetach decidió participar con su obra La Torre de Cubos: cinco cuentos que salieron premiados, libro que, en 1976, la Dictadura Militar prohibió.

A partir de ahí la pasé bastante mal. Porque no se trataba de una cuestión de prestigio académico o de que el libro estuviera o no en las estanterías de las librerías. Uno tenía un Falcon verde en la puerta. Yo vivía en Córdoba y mas de una vez tuve que dormir afuera. Finalmente nos venimos con mi marido a Buenos Aires en busca de trabajo y anonimato. Durante todo ese período quise publicar y no pude.

Muchos de los cuentos siguieron circulando, en forma clandestina. El libro volvió a reeditarse en 1984, ya con la democracia instalada nuevamente en el país. En esa edición Laura incluyó un agradecimiento a todos los docentes y a la comunidad que hicieron que el cuento siga circulando.

Desde 1985 desempeñó numerosos cargos públicos y recibió importantes distinciones. En noviembre de 2008 recibió el Doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Nacional de Córdoba.

Para Laura Devetach la producción literaria infantil es una producción artística, despegada de fines agregados como ser instrumento educativo de formación moral o ideológica. Sus libros tienen una fuerte carga de literatura fantástica, de contacto entre el mundo real y el imaginario. Esta convivencia entre ambos mundos tiene como influencia las leyendas del litoral y los relatos “adornados” de los inmigrantes, además de autores clásicos que leyó en su niñez y adolescencia.

La autora rescata el uso de la poesía y del lenguaje poético, en sus escritos. Este método literario no es adrede, sino que lo usa en forma natural, como manera de mirar y expresar el mundo. Su producción se destaca por ser heterogénea, por mantener vigencia a lo largo del tiempo y por un tratamiento de la realidad sin condescendencia.

Laura excede el ámbito de esta ciudad para ser una escritora de prestigio nacional e internacional.


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