Una vida de novela
Ida Elda nació el 11 de junio de 1921. Sus padres fueron José Mariani y Josefina Winkler. Él era un inmigrante italiano que se radicó primero en Rosario, luego en Jobson Vera y finalmente en Reconquista. La familia de su madre era de Las Toscas. Elda transcurrió su infancia con sus hermanos Norberto Antonio y Nélida Blanca. El primero, hijo de don José con su primera esposa, Ida Gallotti, en tanto que Nélida era la hija mayor del segundo matrimonio. Luego de cursar la carrera de magisterio en la Escuela Normal de Reconquista, Elda, en el año 1938, se trasladó a la localidad de Florencia para iniciar su vida laboral como maestra. Pero la vida le depararía otro destino relacionado con la empresa familiar que había instalado su padre, la Casa Mariani. En 1942 muere su padre y entonces Elda deja su trabajo en Florencia para dedicarse, junto a su madre, a la administración de la empresa. A partir de entonces la vida de Ida Elda, estuvo ligada a los libros, los juguetes y la papelería.
En los estantes de esta casa comercial coexistían armónicamente (o no) muchos objetos que despertaban el interés de cualquier niño o niña de aquellos tiempos: libros de cuentos, muñecas, pelotas, trompos, autitos, camiones, papeles y tizas de todos los colores, mapas, cuadernos y hasta partituras de música. Los cuentos infantiles, desde los de Andersen, Perrault y los hermanos Grimm de la editorial Callejas a los de Constancio C. Vigil de la editorial Atlántida, llegaron a manos de los niños de los cuarenta y cincuenta, en “Casa Mariani”. En Navidad o Reyes, se compraban allí los juguetes, más bien modestos porque no eran tiempos de despilfarros. Al comenzar las clases, las madres iban a adquirir ahí los elementos que sus hijos necesitarían para la escuela: los cuadernos “Rivadavia” o “Laprida”, las cajitas de madera para los lápices … cuando la maestra indicaba qué libro de lectura se iba a usar ese año, las familias los encargaban en Casa Mariani, al igual que el Manual Estrada o el Kapelusz para estudiar las lecciones. Elda tomaba nota de todo y a la semana siguiente se podían retirar esos preciados tesoros. Casa Mariani nunca se modernizó en su estructura interior, siempre tuvo mostradores, tras los cuales Elda se desplazaba diligentemente, poniéndole una sonrisa a cada día y a cada cliente. En los últimos tiempos ya no estaba doña Josefina. Su sobrino Juan Carlos (Tito) González solía ayudarla, especialmente con los juguetes mecánicos que funcionaban a cuerda.
La escritora Laura Devetach tiene numerosas anécdotas de su Reconquista natal, en una de ellas narra su experiencia con los libros de Casa Mariani.
.. Parejitas, señoras y señoritas tejían redondas relaciones con señores y muchachos. Saludo va, encuentro viene, un mundo de dimes y diretes …
Pero lo más importante eran los bancos. Clásicos bancos de plaza, de tablillas sostenidas por patas de hierro llenas de firuletes … permitían que por sus ranuras se cayeran cosas … A la mañana siguiente, tempranito, fui a la plaza. Todo era otra cosa. Un mundo de rocío, pájaros, de bancos vacíos. Y debajo miles de papelitos que los chicos juntábamos con fanatismo para alisarlos con la uña y guardarlos en una caja. Pero lo mejor de lo mejor era la infaltable moneda de diez centavos que ningún lunes de aquel verano dejé de encontrar.
Con los bolsillos llenos de papelitos y la moneda apretadísima en el puño iba corriendo a la librería Mariani y compraba allí mi logro de la semana: un librito de cuentos que reservaba celosamente para la hora de la siesta. La vieja colección “La abeja” y la más vieja “Marujita”, llenaron estantes, cajas secretas, sirvieron para cambiar cuentos con otros chicos y para clasificarlos o contarlos y apilarlos con avaricia.
Los libros eran chiquitos, con dibujos en blanco y negro. Nadie se preocupaba porque uno tuviera las manos limpias para tocarlos. No eran sagrados para los grandes. Eran libritos de diez centavos.
Además “las” Mariani eran fuera de serie. Funcionaban como biblioteca circulante, pero gratis. Cuando yo aparecía, sabia que podía leer sentada en un hueco detrás del mostrador. Podría terminar uno y sacar otro. Podía no leerlo. Podía compararlos, apilarlos, medirlos. Podría sentirme mano a mano con los libros. Hoy pienso sentirme mano a mano con los libros. Hoy pienso que esos diez centavos rindieron en aquel momento muchos más que un millón de dólares.
Laura Devetach, Historia de diez centavos (Fragmento)
Elda era muy reservada en lo concerniente a sus cuestiones privadas; culta, amante de la música, de la lectura, del cine y del teatro. En 1941 había elegido como compañero de su vida a Ramón Garibotti con quién formó una pareja armónica durante más de cuarenta años. Tenía numerosas amigas, pero la confidente y más cercana fue Yolanda Muñoz de Buscaglia.
Dios o el destino quisieron que Ida Elda Mariani tuviera una prolongada y saludable vida. Debió asistir a la muerte de su marido en 1984, de su joven sobrino Tito en 1987, de su hermano Norberto en 1995, de su madre Josefina en 1996. Sufrió estos duelos, vio llegar el fin del siglo XX y la llegada del venidero. Finalmente falleció el 5 de setiembre de 2002.
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