Cuando compartíamos el editorial de la semana anterior, ese mismo domingo, se conocía que Maximiliano Oliva había fallecido durante esa madrugada en el Hospital de Reconquista, tras recibir un disparo de arma de fuego dos días antes en el Barrio La Roseta de Avellaneda. Hasta aquí la crónica eminentemente policial. Cuando la investigación periodística profundiza el caso que terminó con la vida de una persona de solo 30 años, cuando el periodista pregunta el porqué pasó lo que sucedió, se encuentra con una serie de interrogantes que siguen sin solución. Lo que aconteció no es una desgracia que el destino le tenia preparada a la víctima; en todo caso, se concluye que, si no hay más muertos en ese clima demencial de violencia en que se vive, es porque algo de suerte todavía existe ante tantos infortunios y desatinos.
Radiografía de una muerte anunciada. Le tocó a Oliva, pudo ser cualquier otro. La violencia entre vecinos allí es moneda corriente. En todo caso, la reflexión es cómo esto no ocurrió antes. Vecinos enfrentados y armados, que tienen las 24 horas del día para verse las caras y agredirse. El trabajo en este contexto es una excepción, lo que seguramente no falta, es la droga.
Se trata de la nueva cultura que se viene engendrando y creciendo cada vez más. Es la forma de vida que vino a reemplazar lo que muchos padres y abuelos llamaron acertadamente cultura del trabajo. Acá el esfuerzo es un valor ausente, están cosechando lo que vinieron sembrando.
La violencia no mide edades. Entre los protagonistas de esta muerte hay un adolescente de 15 años, al que el dermotest practicado le dio positivo; es decir, tuvo participación activa, empuño y disparó con un arma de fuego. ¿Quince años y ya con un arma, interviniendo en incidentes que terminan en un homicidio?
Lo más grave aún, o igual de grave, el mismo estado que hasta el momento establece que los menores de 16 años no son legalmente punibles, se desnuda y afirma que no tiene las herramientas necesarias para abordar esta problemática. Es decir, no posee los medios correctivos (no decimos necesariamente que deba estar preso) que permitan abrigar la esperanza que algo en la conducta de ese adolescente pueda llegar a cambiar. Se teoriza que debe existir un trabajo articulado entre la Secretaría de la Niñez y Familia que es el organismo responsable directo para abocarse a casos puntuales como este, el Juzgado Penal Juvenil y el primer nivel (municipios) de acción social. Suena todo muy interesante, pero cuándo comienza ese trabajo en conjunto.
Los niños nacen y se crían con la violencia. La justicia ordenó este martes 31, cinco allanamientos en la zona del homicidio de Oliva. Se buscaba aprender a cinco personas presuntamente vinculadas al hecho y armas de fuego. La esposa de uno de los detenidos relató a nuestro cronista: no dormimos toda la noche, pensábamos que venían a prendernos fuego la casa (como sucedió horas antes en otro domicilio) y la que irrumpió fue la policía, como sucede en este tipo de procedimientos.
Cuando se terminaba la entrevista, nuestro compañero de tareas pudo advertir un gesto de mucho amor ante tanto terror. Un niño era consolado por su perro, como explicándole lo que el niño no podía entender. Con la autorización de su madre y sin mostrar obviamente el rostro, esa imagen vale efectivamente más que mil palabras. La pregunta: ¿qué culpa tienen los niños, quiénes pensarán en ellos, cuáles serán sus futuros? Muchas preguntas ninguna respuesta.
La mirada de los fiscales. El Ministerio Público de la Acusación -MPA- es el estamento encargado de la investigación, para luego efectuar el reproche judicial que considere corresponder, en virtud de las pruebas colectadas.
Pudimos dialogar con el Fiscal Regional. El Dr. Rubén Martínez, con absoluta sinceridad, reveló su angustia y desazón porque el actual sistema está colapsado ante el espiral ascendente de la violencia que parece no tener techo ni final. Los invito a leer y escuchar la entrevista aludida en vialibre.ar para tomar dimensión de la complejidad inusitada y crucial del problema, que así planteado, solo parece no tener final y seguir descontroladamente por una curva ascendente.
Los dos en algo coincidimos: algo hay que hacer, no podemos seguir así. Es inadmisible que estos grupos de violentos tengan en vilo a comunidades que solo aspiran a vivir en paz, para descansar, porque al día siguiente se debe trabajar. No podemos seguir haciendo lo mismo, porque los resultados de tantos desaciertos están a la vista. Albert Einstein ya decía: “no esperemos resultados diferentes, si hacemos siempre lo mismo”.
Cuesta comprender que el estado a través de sus tres poderes, sea incapaz de brindarnos seguridad. Hagamos algo diferente, antes que sea ya demasiado tarde para lamentos. ¿Estamos a tiempo?
Les deseo una muy buena semana.
Lic. José Carlos Odasso