Con la celebración de los 144 años de Avellaneda, finalizan los fines de semana en la zona con festivales, que fueron muchos, de excelente nivel y poder de convocatoria. La gente quiere encontrarse y divertirse y está muy bien que así sea. Para los políticos, terminan también, pero son las vacaciones. Estamos en un año excepcionalmente atípico, casi delirante. En 2022, el Congreso de la Nación estuvo virtualmente paralizado y ahora proyecta tener actividad a partir de este lunes 23, o en los días sucesivos. Es que estamos en un año electoral y las urgencias, necesidades y las miserias políticas estarán al orden del día. Digo bien, necesidades de los políticos, no de la gente, no se los escucha hablar de la inflación, de la inseguridad, de la educación, de la pobreza y de otros problemas que afligen al hombre y mujer de a pié. Llegan los carnavales, febrero es el tiempo de los corsos y en materia política, hay excelentes murgas.
Lo que viene es peligroso. En más de una oportunidad, vinimos advirtiendo sobre el problema de la institucionalidad en la Argentina. Parece un concepto un tanto abstracto, que cuesta entender su importancia. Es que solo dimensionamos su gravitación cuando tocamos fondo y hoy estamos en el fondo, en una perfecta tormenta, al decir de los economistas, estamos en default institucional.
Las crisis institucionales, como la que estamos transitando, se saben dónde comienzan pero nunca cómo terminan. Lo importante es saber que también afecta la vida económica de un país y por lo tanto todos nos veremos afectados. A modo de simple ejemplo, el Ministerio de Economía requiere un puñado de leyes esenciales para su programa económico. Desde la oposición ya le adelantaron a Massa que no habrá sesiones en el Congreso hasta que se resuelva el tema de la Corte. Más allá de esto, hay que admirar en el ministro sus formidables dotes de equilibrista, para no quedar demasiado pegado con nadie, ni tampoco distanciado con los de la vereda de enfrente. Pero en esta pelea, nadie saldrá ileso, todos saldrán enchastrados, incluso Massa. Él no se pronunció todavía abiertamente sobre la iniciativa del gobierno para destituir a los miembros de la corte pero tres diputados de su espacio político integran la comisión que debe habilitar, tratar y aprobar tal solicitud. Esos votos, que ya adelantaron su adhesión al proyecto, son esenciales para alcanzar la mayoría en esta estratégica comisión.
El vale todo. Cuando esto sucede, cualquier cosa puede llegar a ocurrir. A partir de esta semana y por algunas más, los políticos se sacarán sus caretas y pasaremos a presenciar lo más indignante de ellos. Digo bien, los políticos y no la política, no es lo mismo. La política es una excelente herramienta para transformar realidades y brindar soluciones. El problema se suscita cuando las únicas realidades y soluciones que importan son únicamente las de ellos, las de la corpo política. Sucede que los que están hoy día no quieren irse y los que no están quieren volver. No hay lugar para todos, entonces entraron en colisión.
Nadie puede imaginarse que los actuales funcionarios se irán calladamente a sus casas, despojándose del calor y los beneficios del poder, a sabiendas que en el llano miden para poco y nada, al momento de ganarse el pan. Algo similar sucede con los que están en la oposición. Conocieron las luces del gobierno, ahora están afuera, y obviamente quieren volver a donde ya estuvieron.
En esta lucha de intereses contrapuestos, nadie resignará ningún recurso a su alcance. Lo cierto ya, los tres poderes del estado –ejecutivo, legislativo y judicial- están absolutamente desacreditados y todas las consultoras indican que gozan de la mayor incredulidad en la opinión pública. Luego de lo que se inicia, la desconfianza será mayor, si algo de confianza todavía generan.
Política-Justicia. Lo que sucede es el fracaso absoluto de la política. Cuando esta no logra encaminarse dentro de sus propios carriles, acude a la justicia para que resuelva sus problemas y no siempre está allí la solución; es más, muchas veces los agrava como sucede en estos momentos. Tampoco es saludable que la justicia se politice. Ambos extremos se potencian, como vemos en la actualidad.
Es la muestra más inocultable e incuestionable del lugar al que nos llevó esta corporación política, donde lo único que les interesa preservar son sus propios intereses. Siempre existen, en todo sistema que se precie de tal, ciertos y determinados mecanismos y canales para el diálogo y la negociación (que no es mala palabra) para alcanzar acuerdos. Eso exige generosidad, honestidad, desprendimiento, compromiso, pero nada de todo esto es posible encontrar en una clase desprovista absolutamente de esos valores que exige la democracia.
El abrazo Perón-Balbín, el encuentro Alfonsín-Cafiero en el balcón de la Casa Rosada cuando la rebelión de Semana Santa de 1987 en la que los militares eran todavía un factor de poder, el acuerdo Menem-Alfonsín para reformar la constitución en 1994, la mesa de diálogo para sacar al país de la profunda crisis de 2001 donde tuvimos cinco presidentes en una semana, son todos hitos políticos impensables de lograr en este contexto de grieta y confrontación permanente.
Lo que viene. Nadie puede aventurar cuál será el final de tanta desmesura, mejor dicho de tanta locura. Permítame usted, que en esta oportunidad piense contrariamente a lo que siempre trato de trasmitir, el vaso medio lleno desde la mirada de un optimista por naturaleza, hoy no puedo serlo. Estamos mal y podemos estar peor. Brasil, Perú y la realidad de otros países de la región son un espejo en el cual mirarnos. Es de desear que no nos choquemos con ese espejo, pero nadie puede asegurar que ello no vaya a suceder.
Les deseo, a pesar de lo aquí expresado, la mejor semana.