El Aguará-chaí es un zorro muy pequeño pero el más dañino de todos.
Aguará-chaí era un joven travieso y ladrón. Cuando quería algo lo sacaba sin importarle el daño que hacía. Era muy glotón y robaba huevos a las aves y miel a las abejas y no lo suficiente para satisfacer el hambre sino mucho más que después tiraba sin compartir los alimentos con los demás.
Tupá, el dios del bien, se cansó de esta mala actitud y lo castigó convirtiéndolo en Aguará-chaí pero él, a pesar del castigo y de lo pequeño de su cuerpo, continuó con sus malas costumbres y su actitud depredadora.
Otra versión dice que el zorro andaba mal porque no conseguía comida y se volvió tan flaco que le sobresalían los huesos debajo de su tupido pelaje. Creyendo que pronto iba a morir se le ocurrió llamar a Mandinga (el demonio) y le dijo que si le daba comida abundante durante un año, le vendía su alma.
El diablo aceptó y le dijo que cuando vencía el plazo vendría a buscarlo para llevarlo al infierno.
Inmediatamente, el zorro vio delante de sí dos perdices gordas. Las mató y las devoró rápidamente. A partir de allí, jamás volvió a tener hambre y vivía feliz recorriendo los campos para elegir a sus presas.
Pasó el tiempo y un día se dio cuenta que faltaba poco para que viniera Mandinga a buscarlo. Tuvo mucho miedo, perdió el apetito y no podía dormir pensando en la forma en que podía burlar al demonio.
El día anterior del cumplimiento del plazo acordado, se le ocurrió una idea. Se cortó todo el pelo para no ser identificado a tal punto que ni sus vecinos lo reconocieron.
Llegó Mandinga y empezó a buscarlo por todos los campos y mirando por todos lados. Le preguntó a los animales y éstos le dijeron que no lo habían visto. Al caer el sol se cansó de buscar y, furioso, regresó al infierno.
A pesar de haberse salvado, al zorro le quedó un gran susto a tal punto que todos los años, en esa misma época, pierde el pelo por si Mandinga volviera a buscarlo.
Por el prof. Victor Braidot. Extracto del libro “Leyendas de mi Tierra».