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LA LEYENDA DE LOS GRITOS DE LOS LOROS Y DE LOS GUACAMAYOS

Hace muchísimos años, antes de que los españoles llegaran a estas tierras, los indígenas que habitaban en las regiones próximas a los bosques del norte pertenecían a razas menos civilizadas que las vivían en el Cuzco, en el Perú, y están gobernados por los incas, los emperadores que creían ser descendientes del Sol.

Estos indígenas eran los quichuas, que habían llegado a un grado de adelanto muy grande, sólo comparable, en América, con la civilización de los aztecas en México.

Se llegó a decir de ellos que eran, más que un pueblo conquistador, un pueblo civilizador.

Los quichuas extendieron sus dominios en todas direcciones llegando en sus conquistas hasta el norte de lo que es hoy nuestro país.

Las tribus que vivieron próximas a esas regiones y que tuvieron conocimiento de la cultura y el grado de adelanto alcanzado por dichos indígenas, les pidieron su cooperación, con el fin de elevar la suya, aprendiendo de ellos multitud de útiles conocimientos.

Fue así cómo estos indígenas, entre los que se hallaban los lules, los tonocotés y otros, solicitaran al gran Imperio de los Incas que se les enviaran algunos emisarios dispuestos a impartir sus prácticas enseñanzas.

Los incas accedieron a tan loable pedido destinado a cumplir una aspiración tan noble, enviando los maestros y objetos requeridos, que llegaron algún tiempo después.

Eran personas muy capaces que sabrían labrar la tierra, realizar trabajos agrícolas, hilar y tejer la lana y el algodón, emplear la piedra en las construcciones, trabajar el oro, la plata y otros metales, y que poseían otros mil conocimientos muy útiles.

Al llegar, observaron que en casi todas las cabañas de los naturales se tenían en gran estima y se criaban loros y guacamayos, que ponían una nota de alegría con su plumaje vistoso de tan hermosos y brillantes colores y con los graciosos sonidos que salían de sus gargantas cuando querían imitar el lenguaje de sus dueños, que era el que se hablaba en la región.

Los enviados de los incas, por su parte, hablaban de su propia lengua, y tuvieron que realizar grandes esfuerzos para llegar a entenderse con los naturales.

Esos loros y guacamayos, que por su condición de animales domésticos ocupaban un lugar en las cabañas, asistían a las lecciones impartidas por los quichuas a sus dueños, aprendiendo ellos al mismo tiempo y gracias a las sucesivas repeticiones, el nuevo idioma usado por los extranjeros.

Esta adquisición dio a esos loros y guacamayos la creencia de su superioridad sobre sus hermanos de la selva y trataron en toda forma de ponerla en evidencia.

Para ello, hacían sus escapadas al bosque donde eran muy bien recibidos por los que allí vivían en abundancia.

Extracto del libro «Leyendas de mi Tierra», de Victor Braidot. 

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