La tribu del cacique Tranahué volvía con sus caballos luego de haber asaltado estancias trayendo todo lo que pudieron sacar. Al llegar, vieron una nube de polvo que se estaba acercando. Era un grupo de jinetes de la tribu Cho-chá, el temido cacique que venía a atacarlos.
Tranahué dio la orden de ponerse en guardia para defenderse pero los enemigos con sus lanzas de caña tacuara y la ferocidad de sus instintos lograron vencerlos y robarles todo lo que tenían.
En el suelo había quedado el cacique Tranahué malherido y desangrándose. Con él, muchos heridos a los que era necesario socorrer. El lugar en que se encontraban, inhóspito y solitario, los obligaba a salir cuando antes de allí. Fueron buscando el lugar adecuado pero no encontraron ni un lugar, ni un árbol donde cobijarse.
Tranahué se quejaba y sus labios resecos se abrían para pedir: ¡A… gua..!! ¡A… gua…!!
Pero allí no había agua, ni un río, ni una vertiente siquiera y siguieron andando.
Peunén, la esposa del cacique, que caminaba a su lado enjugando su frente y restañando sus heridas, viéndolo desfallecer, propuso a los guerreros detenerse e invocar al Gran Espíritu para que los guiara a un lugar adecuado. Los heridos, mientras tanto, vencidos por la fiebre y la sed, pedían sin cesar: ¡A… gua..!! ¡A… gua…!!
Llamaron a la machi para que preparar la ceremonia de la cual se encargó el Ngen-Pin. Todos los que podían hacerlo bailaron alrededor del fuego sagrado mientras los heridos, angustiosamente, no cesaban de pedir: ¡A… gua..!! ¡A… gua…!!
La ceremonia finalizó cuando el sol, apareciendo por el oriente, envió sus rayos a las arenas calientes. Todos miraron en derredor y, a lo lejos, vieron como una bruma gris que les dio una esperanza. Un grito de júbilo acompañó el descubrimiento porque creyeron que sus súplicas habían sido escuchadas. Era una cadena de médanos que, supuestamente, indicaba que en el lugar había agua dulce.
Movidos por la desesperación y con una esperanza en su corazón, fueron rápidamente hacia allí. Tranahué había caído en un sopor del que solo salía para pedir suplicante: ¡A… gua..!! ¡A… gua…!!
Cuando llegaron hasta los médanos no encontraron agua. Sólo crecía un enorme caldén, un ketré witrú, que les dio esperanzas, pues todos conocían la virtud de este árbol cuyo tronco hueco retiene el agua de las lluvias, y desde el primer momento los cobijó bajo sus ramas defendiéndolos del fuerte sol de la pampa. Allí y con cuidado, acostaron al cacique y a los heridos que, bajo la sombra del árbol, descansaron tranquilos, atendidos por las mujeres. Esta vez las esperanzas no fueron vanas. Uno de los guerreros de Tranahué, con su lanza de tacuara hizo un tajo en el tronco del caldén del que comenzó a brotar agua pura y fresca, despertando gritos de alegría de toda la tribu.
Después de dar de beber al cacique y a los heridos, todos se abalanzaron a beber, beber con avidez. El agua seguía saliendo de la herida abierta en el tronco del árbol solitario y quedaba depositada al pie, acumulándose en una depresión del terreno. Todos volvieron a reunirse para agradecer al Gran Espíritu que había escuchado sus ruegos.
Vencidos por el cansancio, todos se echaron bajo las ramas del gran árbol solitario, y mecidos por el ruido del agua que continuaba cayendo, quedaron profundamente dormidos. A la mañana siguiente, el sol los despertó. Uzi fue el primero en ponerse de pie y el primero en lanar una exclamación de sorpresa. Un espejo de plata, entre los médanos, donde se reflejaba el oro del sol, hirió su vista.
El agua que había guardado el caldén durante tanto tiempo había continuado cayendo toda la noche cubriendo una gran extensión del terreno y formando una laguna de agua clara y potable que aparecía ante todos como una bendición. Uzi, impresionado ante la maravillosa visión exclamó: -¡Ketré Witrú Lafquén! (La Laguna del Caldén Solitario)
Así la llamaron desde entonces. El caldén seguía ofreciendo el asilo de sus ramas generosas. La herida del tronco se había cerrado ya, una vez cumplida la misión que le encomendara el Gran Espíritu. Gracias al líquido providencial y a los cuidados recibidos, Tranahué se curó de sus heridas y recobró la salud perdida y pudo reinar sobre la tribu como lo hiciera hasta entonces. Vueltos a la normalidad, el cacique decidió retornar con la tribu a sus tierras abandonadas durante tanto tiempo, pero los principales jefes, interpretando el sentir de la gente de Tranahué, agradecidos al ketré witrú, pidieron al cacique que se levantaran allí los toldos, en el lugar donde habían salvado sus vidas juntos a la Ketré Witrú Lafquén que les prometía campos fértiles y abundante alimento.
Convencido, Tranahué da la razón invocada por su pueblo y agradecido él mismo al solitario caldén, accedió al pedido que se le hacía allí, al amparo de los médanos, junto a la Ketré Witrú Lafquén, levantaron su toldería que ocuparon desde entonces.
Esa fue, según los araucanos de La Pampa, el origen de la Laguna Caldén Solitario.
Por el prof. Victor Braidot. Extracto del libro “Leyendas de mi Tierra».