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LA HISTORIA DEL ALMACEN DE RAMOS GENERALES DE JOSÉ Y ALBINO FABRISSIN – PARTE 1

Soy hijo de almacenero: mi padre, JOSE ANTONIO, integró durante años, la razón social “José y Albino Fabrissin – Ramos Generales”. Mi abuelo Julián Diez, contratado por el Coronel Manuel Obligado, trasladó durante varias temporadas, en un carro tirado por bueyes -entre siembras y cosechas del campito provisto por el Gobierno-, además de instrucciones, documentos, armas y municiones de la comandancia-, víveres, ropas, armas, enseres, “vicios” (ginebra, tabaco), a oficiales y soldados que estaban apostados en los doce fortines que el Coronel Obligado había plantados al Oeste de la comandancia aquí instalada, mercaderías todas que eran suministrada por proveedores que habían venido con el ejército mismo, razón por la cuál debía dejar a mi abuela Rosa Buyatti sola, en  la casa-rancho de Colonia Abipones, luego denominada oficialmente Víctor Manuel, a cargo de los pequeños hijos del matrimonio, por prolongado tiempo.

En el documento elaborado en relación a nuestro tema por el Museo Histórico, bajo la dirección de Mirta Vacou, se destaca expresamente: “El comercio nació en el mismo año de la fundación de nuestro pueblo, en 1872. Recordemos que, con el Ejército, llegaron los proveedores del mismo. En junio de ese año se construyeron los ranchos destinados a proveedores: El de Don Pedro Virasoro, frente a la Comandancia y Jefe (calles Obligado e Iturraspe, actualmente Confitería Soho. El de don Justo Arias en General Obligado 501, (actualmente “Pagano”)” aclarando que “Arias, era socio del señor Magallanes”. “El de Don Féliz Correa y de Don Domingo Basavilbaso (en Ley 1420 y Alvear, hasta hace poco panadería Corgnali)”.

Ignoro quién de ellos proveía a mi abuelo Julián la mercadería que trasladaba a los Fortines, pero rindo homenaje a todos, porque fueron pioneros en este oficio, y quién lo surtía, seguramente ayudó a mi familia a sobrevivir en época muy dura, tan dura y difícil como el tramo de los senderos que debía recorrer el abuelo con su carro, cuyas penurias solía contarnos en escasos momentos, ese español parco y austero que fue mi abuelo.

Pero estoy bien acompañado en ese carácter por otro vínculo afectivo: hace poco, nos enteramos que también el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín era hijo del almacenero, don Raúl Serafín Alfonsín, titular de un Almacén de Ramos Generales en Chascomús. Bueno, también el padre del Dr. Menem era almacenero en Anillaco.

Las necesidades espirituales y materiales del hombre, condicionan y direccionan sus proyectos, acciones y construcciones.

Con la fundación misma de Reconquista, se puede decir que comenzaron a funcionar capilla, escuela, hospital de campaña, cementerio, talleres varios, proveedurías primero, y comercios luego, precarios por cierto, pero que cumplían con esas apetencias.

En materia de comercios, había que proveer a los soldados, a los civiles que habían acompañado al ejército cumpliendo distintas funciones, a indígenas reducidos, y a los compatriotas e inmigrantes que prontamente fueron llegando a estas agrestes y vírgenes tierras, de víveres, enseres, herramientas, ropa, combustible, semillas, animales domésticos, de laboreo y de tiro, carruajes, e incluso alguna medicina de uso libre.

Varios de esos comercios, se fueron consolidando y haciendo importantes; algunos inmigrantes se improvisaron en este menester, y prosperaron. Otros comerciantes fuertes, oriundos de otras ciudades, atraídos por la fama que fue adquiriendo este pueblo de frontera a pocos años de su fundación, se instalaron aquí, y también prosperaron, siendo el primero, el de Don Carlos Roselli “que se instaló en 1878 con almacén y otros ramos”, “que primeramente tenía su local en calle Alvear al 450 aproximadamente, y luego construyó su local y casa de familia en la esquina de calles San Martín e Iturraspe”, parte de cuya construcción subsiste hasta hoy.  Así quedan en el recuerdo varios de ellos, algunos que marcaron época como los de Juan Gil, Francisco Villaseca (que mereciera un hermoso relato de Florentino Hernández), Jerónimo y Ángel Piazza, Manuel Benítez, Antonio Moreno, Francisco Contepomi, Emilio Alal, que innova, surtiendo por ferrocarril y con una chatita, a pequeños comercios de los Departamentos Vera y Obligado, pero además, haciendo en la zona de monte y de pastoreo, acopio de cueros de todo tipo, lo que dio origen luego a la curtiembre por la que abandona el almacén; Juan Lanteri Hnos.; Melchor Sellarés, Casa Rizzi, y mas avanzado el siglo XX, Luis y Alberto Visentini, Pedro Lanteri e Hijos –(al que le dio continuidad mas adelante, agrego yo, la firma “H. y E. Lanteri y Cia”, ubicada en Belgrano esq. Hábegger, que devino en Distribuidora, surtiendo a comercios de esta ciudad y Avellaneda, y transportando mercaderías en camiones propios a minoristas, desde Basail a Calchaquí por Ruta 11, y hasta Tostado y San Javier, con viajantes que recogían los pedidos. Al frente de la firma se encontraba el Dr. Héctor Diez, -que fue Intendente Municipal también-, hasta su trágica muerte); el de mi padre y mi tío Albino, el de mis tíos Juan y Enrique Fabrissin, el libanés Antonio Curi, el almacén y tienda “La abundancia” de Sarkys Esteban y otros, muchos otros. Los primeros, todos, están muy bien citados y recordados en un trabajo realizado por Mirta Vacou, “Evolución del Comercio en Reconquista” publicado por el Museo Histórico, del que tomé también la cita de casa Roselli.

No deseo hacer una reseña histórica de esos comercios. Haré una caracterización de esos comercios en general, y luego, apelando a mi memoria, relatar como era el “negocio”, como llamábamos en casa al comercio de mi padre y tío ya citado, que por otra parte, con distintas variantes, era similar a otros instalados en nuestro pueblo, y en todo el país, como si un arquitecto rústico, práctico y omnipresente, hubiera hecho un plano-tipo para todos. Y en base a documentación histórica, poner de relieve el importante rol que esos Almacenes de Ramos Generales jugaron en la evolución de nuestra economía.

En efecto: esos almacenes, que tenían de común en todo el territorio del país, tanto el aspecto edilicio, las instalaciones para su funcionamiento, como la gama de necesidades que debían satisfacer, y por lo mismo de las mercaderías que debían acopiar, fueron durante varias décadas, un importante factor de progreso.

Primero se instalaron y arraigaron en las provincias de Buenos Aires y La Pampa, para luego extenderse a lo largo y ancho del país.

Dice en el inicio de un trabajo Andrea Lluch, publicado en el Nº 483 de octubre de 2007 de “Todo es Historia”, “que en las primeras décadas del siglo XX, se produjeron cambios paulatinos en los sistemas de comercialización en las grandes ciudades y también en los pueblos del Interior del país: el clásico comerciante-tendero fue reemplazado por almacenes de ramos generales, luego por la creación de casas comerciales y, a partir de 1950, por la instalación de los primeros supermercados”.

En efecto: “los métodos distributivos en el periodo 1875-1914, y a nivel mundial, sufrieron una transformación comparable a la experimentada en la actividad industrial. La producción y distribución masiva conformaron un tándem inseparable desde entonces. La creación de la cultura capitalista de consumo, a la que algunos autores califican de revolucionaria, realimentó este proceso, motivada por una serie de cambios demográficos, productivos, tecnológicos y culturales. Nuevas esferas de distribución se erigieron afectando las técnicas de ventas y las formas de organización de la actividad minorista. La aparición de marcas, la publicidad y el precio fijo fueron manifestaciones elocuentes de dichos cambios. Este proceso se inició en Estados Unidos y en los países de la Europa Occidental, pero se replicó pronto en otras naciones”.

Esta evolución no escapó-me recuerda un amigo, Ingeniero Químico devenido en economista-, a la aguda mirada de Carlos Marx-, que explicó el proceso de concentración y centralización de capitales, cuando analizó las raíces de los ciclos económicos en sus ecuaciones, destacando las razones de esos procesos en los inicios de la etapa capitalista. Podemos señalar como una curiosidad, que el famoso economista contemporáneo norteamericano, premio Nobel, Samuelson, feroz crítico del Presidente Busch y todo lo que éste representaba, en un acápite de uno de sus  textos estudiados en las universidades de ese país, hace un análisis de manera muy similar al de Marx, teniendo en cuenta los principios keynesianos de multiplicador y acelerador, en general como resultado de las crisis, en medio de las cuáles, algunas empresas sobreviven y otras mueren, incrementándose la concentración y centralización de capitales, y ello sucede en las finanzas, en la producción y en el comercio, por lo que los almacenes de ramos generales son consecuencia de procesos similares: los pequeños comercios especializados les van dejando lugar a esos nuevos comercios, incluso en lugares alejados de zonas urbanas muy pobladas.

“En la Argentina, y junto a los clásicos tenderos y almaceneros, desde fines del Siglo XIX, surgieron grandes tiendas a la usanza de las americanas o europeas, que ofrecieron al público consumidor distintos bienes con precios atractivos y nuevas técnicas de exposición y venta. Dichos cambios se objetivaron especialmente en la ciudad de Buenos Aires por la enorme concentración de población y la creciente capacidad adquisitiva del mercado porteño”.

“Se registró así, y en los segmentos mas dinámicos, un ocaso de los clásicos tenderos y almaceneros como referentes exclusivos de las ventas al menudeo. Este rasgo se observó no sólo en la estandarización de la tienda fija -aunque ello no implicó la desaparición de vendedores ambulantes, en especial en el interior del país-, sino también mediante la aparición de organizaciones de distribución en gran escala como los primeros grandes almacenes o tiendas por departamento, los negocios en cadena, y las casas de venta por correo, las que muchas veces eran una combinación de ambos modelos”.

“Una materialización concreta de las nuevas tendencias fue el surgimiento de casas de ventas minoristas muy innovadoras-en especial por sus métodos de ventas y crédito- para la época, tales como Gath y Chaves. Esta empresa fue de origen nacional hasta 1912 que fue adquirida por capitales británicos. Desde sus orígenes, Gath y Chaves buscó imitar el modelo de las tiendas francesas mas importantes, ofreciendo artículos de lujo y se convirtió en la mas grande de su género en Argentina. Sus grandes edificios, fuertes campañas publicitarias y su producción directa, la colocaron en posición de liderar algunos rubros, abriendo muchas sucursales en distintas ciudades provinciales”

Recuerdo perfectamente los catálogos que recibía mamá de dicha tienda al comienzo de las distintas estaciones, con instrucciones muy precisas de cómo tomar las medidas para encargar la pollera, la blusa, el vestido, los zapatos, los sombreros, especificando los colores, talles, etc. de que disponía, y la prontitud con que eran satisfechos los pedidos realizados claro está, por carta, remitiéndose los artículos por encomienda del Correo Nacional, que transportaba el tren.

“En otras áreas del interior del país también surgieron casas que imitaban a las grandes tiendas de Buenos Aires”.

Sin embargo, “estas innovaciones no lograron desplazar abruptamente durante las tres primeras décadas del Siglo XX, al clásico comerciante-tendero”.

Carlos Alberto Fabrissin

Reconquista,  Junio de 2009

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