Ahora que la televisión nos muestra diariamente la guerra de Ucrania, me pareció oportuno contar algunos fragmentos de la entrevista que le hice a Ana María Schwender, en el mes de mayo del año 2014. Ella tenía más de 90 años, una notable memoria y envidiable vitalidad.
Anita, como todos la llamaban, era rosarina, a los 18 años se casó con un joven médico oftalmólogo alemán, Guillermo Schwender, (primo lejano) de 26 años. Se trasladaron a Alemania estableciéndose en la ciudad de Neustadt, (1) donde también vivían los padres de él.
En agosto de 1939 nace la primogénita, Anita, un mes después el ejército alemán invade Polonia y así comienza la Segunda Guerra Mundial. Guillermo ingresa al Ejército, por su título de médico le otorgan el grado de oficial y lo envían a Francfort donde debía controlar la visión nocturna de los aviadores.
La misión más difícil que le ordenaron realizar fue cuando lo mandaron a Rusia para repatriar a los soldados alemanes heridos y conducirlos a los Lazaretos (hospitales) que se hallaban en Polonia. Hacía un frío tremendo, 20º bajo cero y continuas nevadas, ellos tenían gruesos y largos abrigos que, cuando se mojaban, pesaban tanto que resultaban más un problema que un alivio.
Debían subir los heridos a los vagones de los trenes que no tenían confort alguno, eran como los que se usan para transportar animales. Ponían a los heridos en el piso donde muchas veces terminaban congelados, poco se podía hacer con esos desdichados, salvo aplicarles morfina para el dolor.
Después de ubicar a los heridos, subían los médicos al tren, a veces ya con la formación en marcha, debían trepar por un alto y precario escalón, que con el hielo resultaba resbaloso.
Todo era tremendo y peligroso. Guillermo se enfermó de Tifus Exentemático, peste que se transmite por los piojos de la ropa, algo común entre los soldados rusos por la falta de higiene y el frío. Él estuvo grave, pero sobrevivió.
Para quienes estábamos en Alemania la situación empeoró hacia el final de la guerra cuando los Aliados comenzaron a bombardear las ciudades, donde sólo había mujeres, niños y ancianos.
Después del primer bombardeo a Neustadt, fui a vivir con mis suegros que se hallaban en la ciudad de Wurzburg (2). Para tener una idea de lo difícil que era todo hay que pensar que la guerra estaba finalizando y en Alemania reinaba el caos, por ejemplo, para el transporte en trenes había que esperar horas, a veces días, a que pasaran. Con todas esas dificultades llevé primero a los niños; Anita, Cristina y Guillermo. Luego regresé a mi casa a buscar las cosas indispensables y de vuelta, a esperar el tren.
Wurzburg era una ciudad universitaria cuyos edificios estaban convertidos en hospitales, por eso se pensaba que se libraría de los bombardeos, pero no fue así. Aún me parece oír el ruido de los aviones cuando se acercaban. Había que correr hacia los sótanos desde donde se escuchaban los estruendos y el estallido de los vidrios que cubrían las ventanas.
Recuerda un día que corrí con una niña en cada brazo y, ya en el sótano, advertí que el pequeño Guillermo, había quedado arriba, en su cuna. ¡Qué dilema! ¡Si iba a buscarlo y moría en el intento mis hijas quedarían huérfanas! Todo me pasó por la cabeza en un segundo hasta que corrí a buscarlo, estaba allí, ileso, en medio de los destrozos.
Ante el peligro que vivíamos en la ciudad, decidí ir a la casa de una tía de mi marido, que se domiciliaba en el campo, otra vez la odisea del traslado. Una vez instalados nos enteramos que Wurzburg había sido tremendamente bombardeada (3). En un camión logré llegar allá para ver a mis suegros. ¡QUÉ PANORAMA ENCONTRÉ! Todo era escombros, personas muertas, destrozadas, otras arrinconadas llorando o en estado de shock, algunas trataban de ver si en los sótanos aún había gente viva. El bombardeo había ocasionado 32.000 muertos. Los abuelos se habían salvado porque vivían en las afueras de la ciudad. Les dejé agua, pan y leche, otra cosa no se conseguía.
Cuando finaliza la guerra, Anita logra reunirse con su marido y reconstruir su familia y sus vivas. Pero todo continuó siendo muy difícil para los alemanes residentes en ese país derrotado en la guerra y ocupado por los vencedores: norteamericanos, ingleses y franceses. Tomaron conciencia de que vivir en Alemania era solo sobrevivir:
Comenzamos a luchar para obtener el permiso de salida, no fue nada fácil, pero lo logramos en 1948. El barco pertenecía a la Empresa Dodero, Argentina lo enviaba para repatriar a los compatriotas que habían quedado en Alemania. Viajamos con sin fin de dificultades, además había mucha suciedad y ratas. Mi marido les decía a los chicos que eran “nutrias”, no ratas, para que no tuvieran miedo.
En 1955 nos instalamos en Reconquista, a mí, me gustó la ciudad porque la gente era decente y aún los barrios pobres me parecieron limpios. Estos fragmentos son solo “granitos de arena” para entender que la guerra, cualquier guerra, es lo opuesto a la civilización. Todas son atroces atentados a la especie humana y a la naturaleza. Los soldados acatan órdenes y tratan de sobrevivir en medio de lo irracional de los bombardeos y combates. Los que deciden en ambos bandos son señores muy poderosos, igualmente poderosos son los que venden las armas. ¿ y los Derechos Humanos? Quedan sepultados bajo los escombros.
Aclaraciones
(1) Neustadt: Municipio, en el Estado de Baviera, distrito de Coburg
(2) Wurzburg: ciudad universitaria de la Baja Franconia. Estado de Baviera.
(3) El 16 de marzo de 1945, dos meses antes de la rendición de Alemania la aviación británica bombardeó la ciudad destruyendo el 90 % de la misma.
Mirta Vacou