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EL CUENTO DEL MONTE

El mundo animal había cambiado. Las sensaciones comenzaron a percibirse mediante dispositivos tecnológicos y lentes.

   En el sur existía una manada lejana, relegada y dominada por las bestias del norte y del este. Estos últimos los habían colonizado hacía mucho tiempo, y habían exterminado a los antiguos animales que habitaban la zona. Los que no fueron devorados por las bestias, se mezclaron con estas. El lugar se fue poblando progresivamente por especies nuevas, cruces entre las especies autóctonas y los nuevos dominantes. Así fue por generaciones, y las nuevas costumbres fueron las que prevalecieron (muchas veces por la fuerza).

   La raza mestiza pasó a predominar en la región. Una especie rara. Una especie que se idolatra a sí misma cuando logra salir de su zona, pero que se bastardea e infravaloraba cuando está en ella. Los animales mestizos vieron siempre la culpa en otro, nunca en sí mismos. Pese a ser mestizos, siempre se consideraron especies puras del este o del norte.

   Esta forma de ser provocó que fuesen, constantemente, durante años, décadas, siglos, dirigidos por las hienas autóctonas vestidas como animales extranjeros. Las bestias extranjeras los ayudaban a cambio de una parte de las presas, como ofrenda. Las hienas se vestían de pingüinos, gatos, tigres, patos, y todo otro animal que les ayudase a ocultar su verdadera identidad.

   Se veían muy bien a través de los dispositivos y lentes. La manada las elegía por esa razón; independientemente de la función para las que se ofreciesen, o lo preparados que estén para cumplirla.

   De todas maneras, las hienas no dejaban de ser hienas más allá del traje que vistieran. Las hienas sumergieron, junto a ellos, a la manada en un sistema de tranzas, paranoias y poder. El resto de los animales aceptó a cambio de bocados.

   Cuando los dispositivos y lentes permitieron ver más, la manada comenzó a disgustarse. Se enojaron y la ira se apoderó de ellos.

   Un animal se vistió de león, y a través de las lentes comenzó a rugir la bronca del resto de los animales. La manada se sintió identificada y se divirtió. El pseudo-león predicaba haber recibido el llamado de la pachamama para reinar junto a su hermana leona. Decía tener el designio divino para llevar a la manada a un reino desprovisto de hienas. Ya no habría reglas entre los animales. Ahora cada uno dependería de sí mismo, y tendría el lugar que se merezca en el reino animal.

   Muchas hienas, pese a no compartir por razones obvias, especularon con la popularidad del león y lo siguieron.

   Las hienas que siempre habían administrado las raciones, se quedaban con más para ellos y sus amigos. No obstante, siempre predicaron que el ratoncito tenía igual derecho a comer que el elefante, la pantera o el yaguareté.

   Ahora el discurso era diferente. Si el pequeño roedor no comía era por no haberse esforzado lo suficiente. La hormiguita asentía y aplaudía.

   Para llevar adelante su plan, el león se asoció con gran parte de las hienas. Esas que la manada tanto odiaba, y que llevaron a elegir al león para guiarlos. Este las iba a eliminar para darles una mejor y mayor ración. La parte de la ración que las hienas se robaban.

   La manada comenzó a recibir una ración menor bajo el lema del “sinceramiento”. Las hienas seguían allí y los bocados iban desapareciendo.

   El ecosistema del sur continúa en el mismo lugar. Eliminando reglas, creando un reino donde no habrá normas para igualar a las pequeñas especies con las grandes y feroces.

   ¿Qué especie se esconderá detrás de la piel del león? ¿Se darán cuenta los mestizos que pueden ser mejores mestizos, sin ser animales el este o el norte? ¿Se darán cuenta que si ellos no reconocen su valor, el resto no lo hará?

   La vida en el monte del sur no cesa, y así prosigue un ciclo sin fin.

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