PRIMERA PARTE:
SEGUNDA PARTE:
TERCERA PARTE:
Las características de los Almacenes de Ramos Generales -más allá de su mayor o menor importancia-, eran en muchos aspectos, similares en todo el país: lo prueban muchos escritos al respecto. Cito un párrafo del relato- de los varios que incluye el último libro de ese buen escritor santafesino Jorge Isaías, libro que lleva el título del último relato: “Almacén Las Colonias”: “Como en esa época se vendía todo “suelto” como se decía, a saber, harina, fideos, yerba, azúcar, etcétera; las hojas servían para envolver, pesar y luego se entregaba al cliente con unas primorosas orejitas a los costados, y por si fuera poco, un par de caramelos como yapa”.
Dije antes que estos tipos de almacenes “funcionaron además como “centros de servicios”, citando a varios de esos servicios. Entre ellos, debo resaltar el que efectuaba “nuestro almacén” en materia de salud, haciendo contactos con médicos, hospitales, sanatorios de Santa Fe, Rosario, Buenos Aires para consultas, y en su caso internación de clientes o familiares, pero además relatar una función que cumplía únicamente papá. Por una hernia inguinal, debió hacerse revisar por un especialista en Buenos Aires, quién además de algunas recomendaciones sobre qué esfuerzos debía evitar, le recetó un braguero. Fue entonces papá a la ortopedia recomendada, le tomaron la ubicación y dimensión de la hernia, y le fabricaron el braguero de un día para el otro, con lo que solucionó los problemas que le aquejaban. A su regreso, comentó eso a algunos clientes, y pronto comenzó a recibir pedidos de bragueros, especialmente de parte de colonos. Consultó por carta a la ortopedia porteña planteándole sobre los pedidos. La casa respondió de inmediato, dándole precisas instrucciones acerca de cómo tomar las medidas de la hernia y demás datos requeridos para fabricar ese adminículo para cada caso específicamente y a medida. Fue así que papá, sin interés pecuniario alguno, encomendó decenas de bragueros para clientes herniados, que entonces eran muchos ya que los trabajos, de campo especialmente, eran muy rudos, causando esas molestas lesiones, sin ser denunciado nunca por ejercicio ilegal de la medicina ni por mala praxis. Hasta hace poco conservábamos el último que utilizó en su larga vida, que como es de prever, debía cambiar cada tanto.
Pero saliendo de lo anecdótico, quiero referirme a un aspecto que fue fundamental para la subsistencia del comercio “José y Albino Fabrissin – Ramos Generales”: la gran confianza que habían sabido granjearse con la clientela, muy en especial la gente del campo. Muchos de los clientes- la mayoría-, retiraban la mercadería sin pagar, ni firmar documento alguno, sólo registrada en libros que estaban a disposición para ser vistos los asientos y en la libreta que portaba el cliente, deuda que abonaban -sin recargos-, mensualmente, y los colonos, generalmente, cuando vendían algún animal, o entregaban la cosecha, que claro está, lo hacían en gran medida en dicho comercio, y no como rehenes, sino porque se pagaba el precio justo de mercado. Tío Albino era el que estaba actualizado en esos precios, porque a la madrugada escuchaba por la radio las noticias cerealeras, que registraba y los exhibía en un cartón, en el almacén. También escuchaba con mucho interés, las noticias meteorológicas, lo que lo hizo, en este último aspecto, con los años, y la costumbre de la observación diaria del cielo desde la terraza de su casa, los movimientos de las nubes, los vientos predominantes, la puesta del sol y el color de la luna, un astrónomo muy consultado por la gente de campo antes de las siembras, de los viajeros antes de emprender el viaje en tanto la ruta 11 como todas las rutas transversales eran de tierra y una lluvia podía vararlos en cualquier punto, como tantas veces ocurriera, también por los organizadores de fiestas y bailes al aire libre, con muchos aciertos, y memorables pifiadas.
Los fiados, en años malos para la agricultura, se transformaban en una financiación blanda, obrando el almacén de banco, papel que en algún momento asumieron luego las cooperativas.
Haciendo un pequeño desvío del relato de nuestro almacén, e insistiendo en ese rol tangencialmente “bancario” de aquellos almacenes, Emilio Alderete Ávalos en la hermosa historia que hiciera en homenaje al Hotel Plaza y a sus ancestros -que fuera publicado por Edición 4-, nos cuenta que su abuelo materno, Emilio José Pongiglione- fundador del Hotel -, vino a Reconquista “a trabajar en la casa de Ramos Generales y banco, que era la casa de Gerónimo y José Piazza”….”Debemos aclarar- dice Emilio- que en la época que tratamos (principio del Siglo XX), la localidad de Reconquista no contaba con bancos oficiales ni sucursales de instituciones bancarias, por lo que las casas de Ramos Generales, como Piazza y otras, debieron cumplir esa función”.
Está claro que, al momento de constituirse nuestro almacén familiar, ya existía el Banco Nación, pero la rigidez de sus normativas, las exigencias en materia de garantías, y sobre todo las consecuencias de la crisis que comenzara en 1929 que llevaron a las ejecuciones de numerosas hipotecas y remates de campos, hizo que, sin normativa alguna, los almacenes de ramos generales tuvieran naturalmente ese rol financiero extra-bancario.
En la campaña electoral de 1983, recorriendo la zona rural, me encontré con muchísimos ex clientes o descendientes de éstos, que me expresaban, retroactivamente, la gratitud que guardaban hacia el comercio familiar por haberlos ayudado a superar momentos extremos. Pero en vida de mi padre y mi tío, esa gratitud también se traducía en invitaciones a bautismos y casamientos, en algún caso con una pizca de interés también porque los autos de ambos servían de transporte para las ceremonias de bautismos, de padres y bautizado o de casamientos, de novios y padrinos, y tantas otras de acompañamiento de sepelios. Recuerdo en cuántas oportunidades en nuestras casas se alojaban familiares de enfermos internados, o los mismos enfermos. En mi cuarto-altillo, durante los años de mi paso por la Facultad en Santa Fe, se alojó un hijo de colono que hizo el secundario en la Escuela Industrial, que aún nos visita cuando viene a Reconquista.
También el almacén familiar-como otros de la ciudad-, ofició de precursor y facilitador de nuevos cultivos, como el lino y el algodón, y luego de industrias derivadas, como CICLAR, empresa que procesaba el lino, fabricando telas muy cotizadas hasta que los hilados derivados del petróleo las relegó, o de desmotadoras de algodón, y fábricas de aceite.
Asimismo, para servicio de la gente de campo, eran representantes de compañías aseguradoras nacionales, especialmente de aquellas que diseñaban seguros para cubrir sembradíos atacados por langostas, o diezmados por granizo o sequías, y accidentes propios del trabajo, entonces con predominio manual.
En la vida diaria del comercio, tío Albino era el cerebro financiero, el que efectuaba las grandes compras y transacciones, mientras que papá era quién atendía al público, especialmente el femenino y a los chicos, entre los cuáles era muy popular por las yapas. Elena Schlatter, con sus frescos 97 años, recuerda con cariño
que, siendo niña, aún antes de entregar a papá el papelito en que su madre había anotado la mercadería a retirar, más que pedir, reclamaba ¡“la yapa, … la yapa” ¡, consistente en caramelos o masitas dulces, que papá le alcanzaba rápidamente. Pablo Alcides Pila, que vivía con su familia a escasos metros del almacén, sobre calle Freyre, en distintas ocasiones recordó en su programa radial a la “yapa de Don José”. –
Dije que tío Albino era quién efectuaba las grandes compras. Pero, ¿Cómo efectuaban las compras en una época en que no había cercanías electrónicas ni nada por el estilo? La clave, era la existencia de un personaje central en la vida de los comercios del Interior del País: los viajantes de comercio, que representaban a industrias, fábricas, bodegas, o grandes comercios muy surtidos, quienes traían muestras de las novedades, y en base a las cuáles, tío Albino hacía los pedidos. Uno de los viajantes más reconocidos que visitaba Reconquista, era Elpidio González, que había sido Ministro de Guerra en el primer Gobierno de Hipólito Irigoyen, luego Jefe de Policía, Vicepresidente en el Gobierno de Marcelo T. de Alvear, otra vez Ministro del Interior e interino de Guerra en el segundo Gobierno de Irigoyen. Caído el Gobierno por el primer golpe militar que sufriría el país, es trasladado prisionero a Martín García durante dos años. Liberado, busca trabajo y es designado viajante de Anilinas “Colibrí”, y en ese carácter visita nuestro almacén durante años, viajando en tren., falleciendo pobre, en el Hospital Italiano en 1951, al que no podía abandonar por no tener donde vivir, ni familia que lo asista. Para papá y tío Albino, conversar con don Elpidio, era un privilegio y un gusto como correligionarios que eran, con todos los recuerdos que cargaba y comentaba con mucha discreción. El gremio de los viajantes de comercio, fue por décadas, uno de los más poderosos del país, y las fiestas que celebraban en Reconquista, una de las más esperadas, y la candidatura para reina, de las más apetecidas por las jóvenes de entonces.
Más de treinta años ininterrumpidos se mantuvo el Almacén de Ramos Generales de José y Albino Fabrissin, en el que muchos de sus empleados y peones siguieron todo el tiempo prestando sus servicios, como Roberto Romero “tenedor de libros” (una especie de contador en la jerga común), la Chinita González, cajera un tiempo, Eduardo Salame (padre de los populares ciclistas Lulo y El Gordo, gran jockey de los caballos que criaba papá, Agripino Vega, que también oficiaba de jockey , Tito Tourn, Hipólito Maglione (padre de Celia), por algún tiempo Víctor Petean y Vicente Del Zotto, Martínez -delegado sindical de estibadores-, Ibarra y Fernández en la manipulación de cereales, algodón, leña, tanto para la estiba de lo que traían los proveedores, como en la carga para el reparto a clientes, que estaba a cargo de Casco y Jorge Cabral en jardinera, y de Eduardo y Ricardo Salame en un camioncito, y otros que escapan a la memoria, a quienes rindo tributo.
Luego, a mitad de la década del 40, continuaron con el almacén, las firmas “Emilio Fabrissin y Hnos” de los tíos Emilio, Manuel y Adolfo, posteriormente “Fabrissin y Cía SRL” de Eduardo Fabrissin, asociado a Constantino Clementín y Leopoldo Garcia, y por último, los sobrinos Norberto y Adalberto, hijos de Eduardo Fabrissin, con quienes concluyó el ciclo del almacén Fabrissin del título.
A una cuadra, sobre 25 de Mayo al 1.300, JUAN Y ENRIQUE FABRISSIN tenían también un importante Almacén de Ramos Generales, mientras que el mayor de los hermanos varones, Luís era propietario de una prestigiosa tienda en la esquina de Alte. Brown y 9 de Julio (ángulo S-O.)
Los Almacenes de Ramos Generales, se constituyeron por un tiempo, en nuestro territorio nacional, en el sector que mayor resistencia ofreció a las nuevas formas de comercialización, acicateadas por una sociedad de consumo, por las bondades de atención personalizada que ofrecían. Luego la evolución que impuso el tiempo, puso fin a ese tipo de comercio, reemplazado en gran medida por los supermercados, por las ventajas que ofrece con todo lo novedoso y variado que pone al alcance del consumidor, menos en uno: la atención directa y los vínculos de afectos que unían a los almaceneros con sus clientes que, de ninguna manera se reflejó en las nuevas formas de comercialización. De todas formas, está claro que todo tiempo pasado, no fue ni mejor o peor, sino distinto al actual.
A través “JOSE Y ALBINO FABRISSIN – ALMACEN DE RAMOS GENERALES”, rindo homenaje a todos los comerciantes de nuestro pasado -los primitivos proveedores del ejército, los pequeños comerciantes del pasado y del presente, los mercachifles que recorrían la campaña y la ciudad con sus jardineras o a pie con grandes valijas o canastos, trasladando en mi caso, la gratitud que a mí -como descendiente de uno de ellos-, me expresaron en mi vida, tantos ya viejos clientes de mi padre, o sus hijos o nietos.
Fueron todos ellos, verdaderos pioneros del progreso, brindando una atención esmerada a generaciones de cliente, y de una mejor retribución para el trabajo de nuestros colonos, pagando precios justos, fomentando cultivos desconocidos aquí que derivaron en el establecimiento de industrias que procesaban esos cultivos.
La historia, y el hombre, no se detienen, pero determinados procesos hacen historia, entre ellos, el de los ALMACENES DE RAMOS GENERALES.
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Carlos Alberto Fabrissin
Reconquista, Junio de 2009