La historia de Matilde Cardona de Palacios:
La Homeopatía:
Cuando Reconquista era “un polvoriento villorio”, tal como describía Samuel Cernadas en sus columnas De los tiempos idos, se reconocía a esta señora como “Misia” Matilde. En aquella época se usaba el término misia para las damas distinguidas, tal como la mencionada matrona, estudiosa e importante desde el punto de vida social. Para las otras mujeres quedaba el “doña” o “fulana” a secas, que indicaba menor importancia en la consideración de la población.
Matilde Cardona era argentina y había nacido en el año 1868. Estaba casada con José G. Palacios quien había integrado la Comisión de Fomento entre los años 1894 y 1902 y, como numerosos hombres librepensadores de la época, era miembro de la masonería en la “Logia Justicia”, y por su actividad de ganadero participó en la organización de la Sociedad Rural de Reconquista.
Por la descripción que Samuel Cernadas realiza, se trataba de una familia “acomodada” que residía en una amplia y cómoda casona donde se solía reunir lo más selecto de la sociedad pueblerina en fiestas amenizadas con músicos de la talla de Próspero San Lorenzo en arpa y su hijo Manuel en era la que realizaba en la intimidad de su sala. Allí recibía a personas que padecían alguna dolencia que ella podía aliviar, practicando terapias que nada tenían que ver con supersticiones ni cuestiones religiosas sino más bien ligadas a la homeopatía. Matilde se abocaba a esta actividad de sanación sin esperar recompensa, por amor al prójimo y sin temor a represalias legalistas.
Así escribe sobre ella Samuel Cernadas:
«Principalísima matrona, en la sala de su residencia a todo costo, amplia, confortable, distinguida, tenían lugar de vez en cuando las reuniones danzantes. Nosotros, los pibes del barrio, invitados de afuera, con las cabecitas metidas entre los barrotes de los ventanales amplios, llenábamos los ojos extasiados con los vivos resplandores de las lámparas de petróleo. Esperábamos que el zaguán se descongestionara, luego pasabamos a la amplia cocina donde se nos servía una taza de chocolate con masas caseras y donde “misia” Matilde, que en todo estaba, los despedía con sus saludos para “doña”, o para “misia” o para “fulana” según fuera la categoría de nuestras progenitoras».
Dame tan distinguida también atendía a los enfermos, solo con el fin caritativo de servir, desinteresadamente, con dedicación constante.
Su escritorio, con muchos cajones, estaba repleto de pequeñas botellitas numeradas. Misia Matilde no visitaba enfermos. Sus casos eran los que ella podía observar en la sala y de acuerdo a sus observaciones ordenaba el tratamiento, por escrito, con minucioso detalle, entregando los remedios.
En muchos casos el tratamiento era por el sistema Kuhne que también conocía y aplicaba; baños de asiento, compresas, baños de vapor y de sol.
Vale aclarar que estas terapias naturistas se podían leer en el libro “El arte de curar” del médico alemán Luís Kuhne, quien otorgaba mucha importancia a los baños, especialmente los de asiento que él llamaba “baño vital”. Doña Matilde, seguramente, habría tenido acceso al libro mencionado y confiaba en estas prácticas higiénicas y naturales, por eso las aconsejaba.
Las familias de la ciudad y del campo tenían una una absoluta seguridad en la sapiencia y eficacia de sus atenciones. Cuando la ciudad creció y hubo mayores recursos de la ciencia médica, aquella filantrópica matrona renunció a su dedicación con la satisfacción de haber hecho por sus semejantes lo que su instrucción y sus conocimientos alcanzarán en un medio de precarios recursos.
Doña Matilde brindaba sus servicios en tiempos en los que recurrir a un médico era un recurso casi imposible, por la escasez de los mismos y la falta de medios económicos. En cuanto a las “botellitas” numeradas, posiblemente se las preparaba algún boticario de la época: Carlos Monttin o bien Eugenio Cominetti, italiano, que en 1897 instaló la primera farmacia de Reconquista, llamada “La Popular”.
Irma Cernadas, hija de don Samuel, aporta:
Yo la conocí cuando era ya una señora mayor y continuaba teniendo cierto señorío y belleza. Recibía a mucha gente porque estaba relacionada con la alta sociedad de su tiempo. Mi padre la visitaba con frecuencia y la llamaba “Tía Matilde”.
Vivía con el hijo mayor, que era odontólogo, en la vieja casona ubicada en calle Belgrano, entre Habegger e Iriondo, vereda oeste. De esa vivienda, que luego fue demolida, recuerdo que se mantenía en buen estado, el patio, con baldosones rojos, que siempre brillaban, la sala donde ella atendía sus visitas era importante en sus dimensiones y muy bien arreglada, con alfombras, a sillones y cortinas. A mi me sentaban en un banquito bajo.
La señora Matilde Cardona de Palacios ofrecía sus servicios, en aquellos años en los que era natural recurrir a alguna “comadrona” para atender partos y a “personas entendidas” para solucionar problemas de salud, aunque no tuviera un título colgado en la pared.
Matilde Cardona, ya viuda, falleció el 12 de agosto de 1951 a los 83 años.
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