El Pato Donald se quedó con todo. Los votos estuvieron lejos de ser reñidos. Ahora no solo manejará la presidencia, sino casi seguro las dos Cámaras del Congreso y contará con una Corte Suprema conservadora. Es como si volviera el personaje central, junto a Daisy, Los tres sobrinitos y el Tío patilludo. El viejo Walt estará de fiesta en algún lugar del universo (ya que no fue congelado, como se rumoreó).
Con el triunfo de Trump varios analistas comenzaron a advertir que la victoria republicana no necesariamente podría ser un buen dato para las Mileiconomics. Algo así como “no hay mal que por bien no venga”. Esta columna lo anticipó hace tres semanas atrás –“Se agrandó Chacarita”– cuando dijimos que, más allá de quién gane, lo ideal sería que nadie se alce con el control de las dos Cámaras, porque eso tentaría a incrementar el déficit fiscal y mucho más aún el proteccionismo del ganador. Todo eso podría generar un dominó de mayor inflación y recalentamiento de la tasa de la Reserva Federal, con lo que ya sabemos qué implica para la región latinoamericana, y especialmente para un enfermo en Terapia Intensiva como la Argentina. De modo que, “calma libertarios”. Porque cabe recordar que el magnate no es librecambista, sino todo lo contrario.
La elección americana trae muchas observaciones para prestar atención, pero vamos a detenernos solo en cuatro:
1. Ganó la discusión sobre el manejo de la economía, sí, pero con un detalle esencial: lo que predominó no fueron los datos objetivos –muy positivos–, sino la percepción de la calle sobre los mismos. Es decir, la gente no votó con el bolsillo, votó con la percepción sobre cómo está su bolsillo, que son dos cosas diferentes. Esto viene a cuento de la simplificación que muchas veces se hace sobre este tema.
2. Más allá de Trump, el que está triunfando es el cambio permanente. Después de la Segunda Guerra Mundial, en cuatro ocasiones no se produjo el ciclo de “dos mandatos demócratas seguidos de dos republicanos”. Carter, Bush padre, el Trump 2020 y ahora Biden lo quebraron. Es decir, es la tercera vez seguida que el electorado americano vota por un cambio, en tan solo ocho años. Algo distinto está pasando: ¿todo cansa más rápido?
3. El comportamiento de los segmentos electorales cambia cada vez más velozmente. Lo que dábamos por sentado hasta hace solo cuatro años, debe ser revisado. Trump ha avanzado sobre las minorías latina, afroamericana y asiática, que eran bastiones demócratas. Téngase en cuenta que cuando se reeligió a Obama en 2012, hubo analistas que dijeron con la demografía americana de entonces, los republicanos poco menos que debían despedirse de volver a ganar una elección presidencial. Eso cambió solo cuatro años después con la victoria del magnate. Y se sigue modificando. Moraleja: nadie puede dormirse en los laureles. (Y si no, que lo diga el PRO).
4. A mayor velocidad de cambio, muchas sociedades reaccionan nostálgicamente con la esperanza de un orden perdido. Qué mejor eslógan que “Make America Great Again”. Fuimos algo grande que puede ser recuperado, y para eso necesitan un hombre fuerte. A lo mismo apelan Milei, Bolsonaro, etc.
Ahora, si bien las tendencias que se producen en EE.UU. muchas veces tienden a ser globales, por otro lado, tuvimos hace pocos días elecciones en tres países latinoamericanos relevantes, en donde la tendencia a la radicalización se diluyó. Los análisis coinciden en dos cosas: 1) los moderados desplazaron a los extremos, y 2) hubo cierta reivindicación de los políticos profesionales frente a los “políticos de redes”. Esto significa que se debe ser cauto con las generalizaciones de lo que pasa en “el gran país del Norte”.
Volviendo a la política vernácula, otro comentario que se empezó a extender esta semana, y que esta columna lo describió en su última edición, es que la fase “éxtasis” vuelve a los gobiernos más confiados en sí mismos, verticalizándose y animándose a más. La frase “no nos vamos más” –a partir del triunfo de Trump– es muy similar conceptualmente al “vamos por todo” o al “no vuelven más”. Ambas consignas naufragaron. Pero… la Argentina ya no es la misma que en esos momentos (2012 y 2017). Como contamos arriba, tampoco los votantes yanquis. May I have your attention, please?
De lo mucho que ocurre en siete días en este “ispa”, vamos a redondear el análisis semanal subrayando dos cuestiones. Una es que el Gobierno ya lleva 88 funcionarios renunciados o echados. Esto marca una tasa de un cambio cada 3,66 días en casi once meses de mandato. Cuando la gestión cumplió cuatro meses, la tasa era uno cada diez días. O sea que se aceleró notablemente. Esto no está significando nada para la opinión pública, por ahora, más allá de lo que se pueda decir sobre el impacto en la calidad de la gestión por áreas.
El segundo comentario tiene que ver con el cambio en el cronograma electoral que produjo la incorporación de la BUP, Boleta Única de Papel. Antes de esta modificación, las alianzas se inscribían hacia principios de junio y las candidaturas hacia 20 y pico del mismo mes. De modo que la discusión política definitiva empezaba en mayo. Ahora las alianzas se inscribirán el 15 de mayo, y las candidaturas el 25 de mayo (adiós feriado). Es decir que todo se adelantó unos 25 días, casi un mes, con lo cual la discusión política de fondo se adelantó a abril. Esto significa que la política congelará el Congreso más tempranamente y se abocará al juego propio, más allá de lo que le suceda a la sociedad. Todo esto porque se adelantaron las PASO al primer domingo de agosto y se extendió el plazo de campaña de cara a la general. O sea que tendremos un año electoral más extenso, pese a que la BUP teóricamente ayudaba a acortar los tiempos. Curiosa manera de limitar el poder de “la casta”.
Con una oposición tan fragmentada, sin líderes opositores competitivos, indicadores económicos que lo agrandan como a Chacarita, y alguna recuperación en la opinión pública, Milei debe estar cantando el tema de Charly: “Éxtasis, todo el tiempo vivo en éxtasis… una forma de ser feliz”.
Carlos Fara * Consultor político.