Un matrimonio vivía muy feliz en la orilla de un bosque, al lado de un arroyo. Eran felices porque lo tenían todo incluso una majada de cabras.
Un día, la mujer se despertó con el canto de los pájaros y novio a su lado a su esposo. Lo esperó durante el día y no llegó y pasó una noche sola y muy dolorida. Después, lo siguió buscando día y noche hasta que, cansada, cayó bajo un lapacho del que caían sus flores rosadas.
La luna, que la estaba mirando, vio cómo se fue transformando de mujer en ave. De entre las flores se levantó la Monjita, empapada de luz de luna, como jazmín mojado y se posó en la rama del corral. Ahí quedó mirando hacia un lado y otro esperando volver a ver a su esposo.
Dicen que por eso es que anda siempre sola buscando cerca de las majadas y como señal de duelo usa sus plumas blancas con una banda negra en el borde de las alas.
En la costa del Rio Paraná, hace muchos años, un hombre llegado del exterior luego de muchos años de trabajo se hizo hacendado, apoderándose de muchas tierras. Ya con una importante fortuna y peones en gran cantidad, sólo le faltaba una esposa para sentirse satisfecho de lo que había logrado en este lugar tan lejano de su país de origen. Para lograr su último y postergado objetivo de casarse, invitó a todas las familias y peonadas de la zona, a un festejo, sólo con el deseo de conseguir una esposa.
Llegó el día del encuentro y fueron cientos de personas a disfrutar de ese momento, atraídos por la curiosidad ya que el inmigrante no acostumbraba a realizar este tipo de festejos y no era muy querido por la vecindad.
Después del almuerzo, como era costumbre, el anfitrión se dirigió a la muchedumbre y dijo sentirse orgulloso de que lo visitaran, mientras pasaba la vista por todas las mujeres que se habían acercado sin importarle la edad o estado civil. Después de las palabras de gratitud y cuando comenzó el baile, el inmigrante se acercó a una joven pareja de peones, acostumbrados a la miseria, que disfrutaban de esta fiesta donde no faltaba nada con gran placer.
Embriagados de tanto lujo y abundancia, la peonada se olvidó en ese momento del mal trato que a diario sufría por parte del inmigrante que hizo su fortuna explotando a los lugareños como si fueran esclavos.
Su acercamiento a la joven pareja sólo respondía al interés que le había despertado la bella mujer que bailaba con una destreza especial y una sonrisa que dejó encantado al dueño de la casa.
Siguiendo con su plan de conseguir una esposa le ofreció trabajo y buen sueldo al matrimonio, pero desconfiando de tan generoso gesto del dueño de casa, el joven esposo lo rechazó.
Enojado ante el desplante dio por terminada la fiesta aduciendo que se sentía bien y les ordenó que se retiraran de su propiedad.
Pocos días después, el joven al cual le había ofrecido trabajo desapareció, quedando su esposa sola y desamparada en el rancho. El hacendado con total frialdad se acercó a la humilde vivienda y la despidió argumentando que necesitaba el lugar para un nuevo puestero que pudiera hacer los trabajos de campo.
La joven hermosa de cabellos rubios y ojos azules, rogó entonces para no perder lo poco que tenía y él, con actitud soberbia, le ofreció un lugar en su casa para que se haga cargo de la limpieza, aunque en el fondo su objetivo era otro.
La peonada, a escondidas, murmuraba, sospechaba, cómo podía ser que un hombre tan odiado podría haber enamorado a tan bella mujer, con la cual se casó y esperaba un heredero.
Llegó el día en que la joven dio a luz una hermosa niña de ojos negros y pelo castaño. Fueron pasando los años y la niña fue creciendo hasta convertirse en mujer, al cumplir sus 15 años, fue homenajeada con una de las fiestas más grandes. Todos estaban invitados sin importar la condición social, ella era muy querida en el campo y en el pueblo por su generosidad.
Cerca de la costa, mientras repartía las invitaciones a su fiesta de cumpleaños, imprevistamente se encontró con un joven pescador, del cual se enamoró instantáneamente y decidió invitarlo, además de proponerle que deseaba bailar con él. El pescador sorprendido aceptó.
El día de la fiesta, cuando apareció con su vestido blanco, esbelta figura y esa sonrisa que llevaba como dibujada en su cara, todos quedaron en silencio ante tanta belleza.
La joven recorría el casco de la estancia con los ojos bien abiertos buscando a ese amor que encontró cerca del rio y del que no sabia ni siquiera el nombre. Al verlo, corrió a su encuentro, pero en el camino la detuvo su padre y, prohibiéndole que bailara con el joven, se interpuso entre los dos. Ella ni hizo caso, gritó que era su fiesta y zafando de los brazos de su padre siguió su camino sintiendo que el corazón se aceleraba a cada paso.
El hacendado, se enfureció ante la mirada burlona de los presentes por semejante desplante, una situación que en su vida jamás había vivido, enceguecido desenvainó un cuchillo de su cintura y apuñaló a la joven y al pescador. Ella murió de catorce puñaladas y el pescador con el corazón partido por una certera puñalada, en el centro del baile.
Tomó a su hija y sin ninguna expresión, ni sentimiento la enterró.
La maldad del hacendado y el odio hacia la peonada fue demostrada al no enterrarlos juntos. Al cuerpo de joven lo hizo llevar por dos desconocidos bien lejos y enterrar en un monte. Nadie supo el lugar.
Hoy, la leyenda de la monjita es una de las más relatadas de generación en generación. Dicen que se la ve volar en forma de ave, se la llama “la monjita blanca”, recorriendo la costa en busca de su amado que se transformó en “monjita negra”.
Dicen que se buscan en lagunas y arroyos, nunca andan juntos, el destino es buscarse hasta que Dios les permita encontrarse.
Por el prof. Victor Braidot. Extracto del libro “Leyendas de mi Tierra».