EN LA NUEVA PATRIA
El vapor “Pampa”, procedente de Génova, Italia, con los primeros grupos de familias inmigrantes, llegó al puerto de Buenos Aires el sábado 28 de diciembre de 1878, según una información publicada en al diario “La Nación” de esa ciudad.
Apenas desembarcados en la capital argentina, los inmigrantes quedaron unos días alojados en el Asilo de Inmigrantes u Hotel de Inmigrantes del Gobierno Argentino.
Allí les daban de comer y un lugar para dormir hasta definir su destino. Enterados de que el mismo era el Territorio Nacional del Chaco y con la idea de que iban a ser presa fácil de los indígenas que asolaban la región, se resistieron y huyeron del Hotel de Inmigrantes. Estuvieron uno o dos días vagando por la ciudad, pero la falta de trabajo y la escasez de comida los hicieron volver poco después, aceptando las condiciones de llegar a Reconquista primero, y desde allí a una colonia que se formaría con su arribo, del otro lado del Arroyo El Rey.
Puestos de acuerdo, fueron embarcados en un vaporcito que, en aquel tiempo, hacía el trayecto desde Buenos Aires hasta Paraguay por el Río Paraná y cuyo nombre era, precisamente, “Río Paraná”.
El grupo desembarcó en el puerto de Goya, provincia de Corrientes, y desde allí fueron trasladados a Reconquista en una balsa de las que usaban para traer hacienda, remolcada por un vaporcito de pequeñas dimensiones.
Por fin llegaron al puerto de Reconquista donde, en ese tiempo, había solamente un ranchito habitado por dos personas, en la tarde del 10 de enero de 1879, según nos cuenta en una de sus cartas don Juan Faccioli, aunque en la Memoria del Ministerio de Guerra en 1879 hay constancias de un informe del Coronel Obligado que indican que la llegada se produjo el 12 de enero.
Para pasar la noche, con la poca ropa que traían tuvieron que improvisar una carpa entre los pajonales, expuestos al ataque de las nubes de mosquitos que se filtraban por todos lados.
Toda la zona, sin caminos, sin puentes, sin alambrados, estaba cubierta por agua de las grandes crecientes de ese año.
Al segundo día de estar esperando allí en el puerto, el grupo se vio sorprendido por el arribo de ocho a diez carretas con dos ruedas, con una especie de cajón alto, algunas con barandillas, con una pértiga en el medio desde donde tiraba una yunta de bueyes.
Estuvieron un día andando por el agua para poder llegar a Reconquista -recordemos que era una época de muchas lluvias y que estaba anegada una amplia región. Arribados a la población, fueron alojados en una vieja casa redonda ubicada en el sector norte del pueblo. Hasta allí llegó el Coronel Obligado para recibirlos, ordenando, luego, cortar paja para fabricar precarios colchones sobre los cuales poder pasar la noche.
Cuando amaneció al día siguiente, se les repartió carne para cocinar y comer y, luego, una vez descansados del largo trayecto, unos cuantos jóvenes fueron llevados con canoas a inspeccionar los terrenos que se les había destinado en la margen izquierda del Arroyo El Rey. Utilizaron este medio porque, como es lógico suponer, en aquel tiempo no había ni puentes ni caminos y como el año era de continuas crecientes hubo que atravesar el bañado y el río navegando.
Una vez reconocido el terreno, regresaron al caserón donde estaban alojados sus familiares y allí aguardaron unos días hasta que se terminara de preparar el lugar donde iban a ser destinados. Finalizados los trabajos, todas las familias cruzaron entonces el arroyo y el 18 de enero de 1879 tomaron posesión de sus nuevas tierras.
El lugar que se les había preparado para que pasaran provisoriamente un tiempo, según nos sigue contando don Juan Faccioli, estaba ubicado “al Este Norte de la fabrica de aceites (seria más o menos donde hoy funciona la planta procesadora de aves de la Unión Agrícola de Avellaneda Cooperativa Limitada), donde había una manzana cerrada con una zanja de alrededor de un metro y medio de luz y un metro de ancho, con una sola entrada -los indios no podían bandear a caballo – y había adentro tres ranchos grandotes y un pozo de material. Esas familias fueron llevadas todas juntas en Avellaneda en esa manzana de los tres ranchos, en las mismas condiciones de Reconquista, con un pedacito cada familia y dormir en el suelo por una temporada”.
Mientras iban acomodándose a las nuevas circunstancias que comenzaban a vivir, las autoridades de la colonia – el Inspector de Colonias don Pablo Stampa, los representantes de la Comisión General de Inmigración, don Carlos Peroro como agrimensor y comisario de la colonia, don Alfonso Foradori como administrador y don Pio Sanga como proveedor- fueron entregando a los colonos, de acuerdo a lo prometido a través de la Ley de Inmigración, los víveres, las herramientas y los animales para cada familia.
Una vez reconocido el terreno, comenzó la mensura de la colonia a través del empleado del Gobierno Nacional, el Agrimensor Carlos Perolo. A las primeras cien familias que llegaron se les regaló una fracción de terreno y los útiles de labranza, además de la manutención a cargo del Gobierno por el término de un año. Los colonos que vendrían después tendrían que pagar la tierra a razón de dos pesos moneda nacional por hectárea en un plazo máximo de diez años.
Los primeros colonos, no obstante, no querían aceptar las cien hectáreas ofrecidas, por temor al ataque de los indígenas, conformándose con treinta y seis hectáreas para poder construir sus viviendas más cerca una de la otra y poder, así, organizar más fácilmente la defensa en caso de ataque.
Efectuada la mensura de los terrenos y ubicados ya los colonos, cada familia comenzó la construcción de su rancho con paja y madera, fundamentalmente, que eran los materiales que abundaban en la zona.
Prof. Víctor Braidot – del libro “Avellaneda en el tiempo” – Tomo 1.