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El mito de los “nativos digitales”: entre la innovación en educación y el exceso de pantallas.

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El debate sobre el uso de celulares y dispositivos electrónicos en la infancia ya está instalado en la agenda educativa global. Países como Francia, Finlandia y Suecia avanzaron en limitar su uso en las aulas para favorecer la concentración y la interacción. En América Latina, colegios de Chile y Uruguay comenzaron a aplicar medidas similares y reportan mejoras en la convivencia y participación estudiantil.

En Argentina, la discusión llega en un contexto complejo. Los resultados de las pruebas PISA 2022 mostraron que el país quedó por debajo del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE): puesto 58° en Lectura, 59° en Ciencias y 65° en Matemáticas, sobre 81 países evaluados. Organismos como UNESCO y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) advierten que la región sufrió retrocesos tras la pandemia y que los estudiantes latinoamericanos están varios años de aprendizaje por detrás de sus pares de la OCDE en materias clave como matemáticas.

En este escenario, la cuestión de las pantallas no se reduce al tiempo frente a ellas, sino a cómo se utilizan y qué impacto tienen en la calidad del aprendizaje. Según el Informe “Managing screen time” de la OCDE, el 30% de los alumnos en sus países miembro dicen distraerse con dispositivos en clases de matemáticas. En Argentina, Uruguay y Chile, esa cifra supera el 50%.

Pero, más allá del aula, el debate se intensifica en la primera infancia. La evidencia científica es clara: antes de los 6 años, la exposición a pantallas debería evitarse. Estudios internacionales asocian su uso temprano y excesivo con menor desarrollo del lenguaje, dificultades de concentración y memoria, alteraciones en el sueño, riesgo de obesidad, miopía y problemas de conducta. Investigaciones de neuroimagen, incluso sugieren una disminución del espesor de la corteza cerebral en areas relacionadas con la atención y el lenguaje.

En 2024, la Asociación Española de Pediatría fue contundente: “no existe un tiempo seguro” de exposición en menores de 6 años. A partir de esa edad, recomienda limitar el uso a un máximo de dos horas diarias, incluyendo tiempo recreativo y escolar.

La neuropsicóloga pediátrica Carina Castro Fumero lo resume sin rodeos: “Permitir el uso de pantallas en el nivel inicial es ir en contra de toda la evidencia científica. Antes de los 6 años ningún centro educativo debe tener ningún tipo de pantallas.”.

El desafío, entonces, no es solo de las familias, sino también de las escuelas y de las políticas públicas. El equilibrio pasa por incorporar tecnología cuando realmente suma al aprendizaje y proteger a los niños de una exposición temprana que puede dejar huellas duraderas.

En definitiva, menos pantallas y más juego, conversación y movimiento siguen siendo la fórmula más segura para que la infancia crezca sana y con mejores oportunidades de aprendizaje.

 

Por: Lic. Patricia Olguin

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