Esta historia fue escrita por Eduardo Orlando Pagura, conocido profesional de computación que trabajó toda una vida en el Centro de Cómputos de la Municipalidad de Reconquista, donde cuenta aspectos de una infancia que en un momento se vio afectada por un problema de salud que con mucho temple y perseverancia pudo superar.
El texto elaborado por el propio Eduardo formará parte en algún momento de una publicación especial sobre las infancias, esto es un adelanto que dividiremos en varias partes e iremos publicando en los próximos días.
A continuación la primera entrega de esta apasionante y emotiva historia de vida que estoy seguro será de interés para todos.
“Era una fría mañana de un jueves 30 de junio de 1955 en la colonia La Esmeralda, cercana a Reconquista, la capital del Departamento General Obligado, el sol se asomaba tenuemente entre las nubes queriendo de alguna manera entibiar el ambiente. Elida se había levantado a las 5:30 de la mañana esperando con un café caliente a su marido Celso que salió a ordeñar las vacas. Alrededor de las 6:00 él, envuelto en una frazada, ingresa a la cocina y allí encontró a Elida quejándose de dolores. El nuevo integrante de la familia (no sabían el sexo hasta que naciera), el primogénito estaría anunciando su llegada, se estaban cumpliendo los nueve meses de embarazo. Una alegría inmensa los invadió a los dos, pero una fuerte contracción hizo que sintieran temor. Había que buscar la partera. En aquella época en el campo los partos tenían lugar en la casa asistidos por una partera o comadrona como se les decía”.
“En ese momento entra en escena Don Valentín, el padre de Celso y su esposa María, quienes convivían en la casa de barro”.
“Celso, tienes que ir ya a buscar a la partera a Reconquista!! porque la Inés no está bien preparada todavía, no sea cosa que se le complique (Inés era la hermana de Celso quien sería famosa partera con el tiempo)” dijo Don Valentín y doña María asentía con sus gestos. “Nosotros la cuidaremos mientras tanto…” Allá fue Celso a preparar el sulky con el mejor caballo de trote que tenían en ese momento”.
“Cuando todo estuvo preparado él partió con rumbo a La Lola para ver si allí en lo de Don Alfredo Tourne, (quien tenía un almacén, despacho de bebidas y de combustible y acopio de algodón y era lugar de encuentro de los pobladores de la zona) habría alguien con auto que lo acercara más rápidamente a la ciudad distante a 25 km de la casa. Celso saludó a su esposa y se marchó”.
“El día se había puesto gris, nublado y amenazaba con lloviznar. Apurando el trote del alazán llegó al lugar a eso de las 10:00. Puso a resguardo el sulky y se acercó al despacho de bebidas para ver si encontraba a alguien que lo ayude. Los parroquianos bebían sus ginebras o coñac a grandes sorbos como para calmar el frio (ese día el diario El Litoral consignaba una máxima de 7° para la zona). Él también tenía frio y pidió un coñac. En eso llega al lugar don Juan Petroli en su Ford “A”, se funden en un abrazo porque hacía bastante tiempo que no se veían. Celso le cuenta su realidad y Juan sin siquiera tomar algo le dijo “Vamos ya!… yo te llevo, eso no puede esperar!”.
“Allá partieron rumbo a Reconquista entre las felicitaciones de los parroquianos, felices porque habría un nacimiento en la zona. Y ya alguien dijo “¡Mozo, sirva otra vuelta para todos porque esto hay que festejar!” … y nadie se negó a tomarse otra copita y brindar”.
“Ya en Reconquista se dirigieron presurosos a la casa de Doña Rosa Prez, reconocida partera de aquella época. Era el mediodía y ella estaba almorzando. Los hizo esperar un ratito, terminó rápidamente su comida y les dijo “Bueno muchachos, vamos que esto no se hace esperar”, he inmediatamente iniciaron el regreso en busca de la nueva vida que Elida traería al mundo”.
“Cuando llegaron encontraron a la parturienta con signos de un inminente parto, estaba siendo asistida por doña Inés Pagura de Osuna, hermana de Celso y aprendiz de partera. Ella sería un personaje años después acudiendo en ayuda de cuanto niño o niña iba a nacer en la colonia. Montaba su zaino en pelo y al galope salía rumbo al lugar donde requerían de sus servicios, no importaba si hacía calor, llovía o hacía frio”.
“La hora del parto había llegado era alrededor de las 19 hs y las contracciones se hacían cada vez más continuas. Los hombres afuera de la casa apuraban una grapa porque el frio de junio se hacía sentir. Esperaban ansiosos la noticia. ¡Y ésta no se hizo esperar!!… un llanto fuerte irrumpió en la casi noche y un nuevo ser había llegado!!…”.
“Cuándo Doña Rosa salió del dormitorio con el niño en brazo Celso casi se desmaya, llegó el primogénito y la algarabía fue un común denominador de ése momento. Doña Rosa preguntó “¿Qué nombre le pondrán al niño?”, a lo que Celso respondió presuroso “Se llamará Eduardo Orlando” … “Bonito nombre” dijo Doña Rosa, “éste hermoso gordito pesó cuatro kilos” agregó”.
“Celso entró presuroso al dormitorio con el niño en brazos y abrazó y besó a Elida. Ya comenzaba a formarse la familia que soñaban, pero ahora el deber obligaba y había que regresar a Doña Rosa a Reconquista. Allá partieron contentos y felices. Elida quedó al cuidado de Inés y juntas hicieron que el pequeño se prendiera al seno de su madre”.
“Ese niño, yo, crecía sano, robusto, y era la alegría de la familia. Como todo ciclo de nuestra vida pasó el invierno, llegó la primavera y con ella la floración y las primeras alergias, pero leves y sin complicaciones. Presuroso llegó el verano y los calores se hacía notar, en el campo no había electricidad por lo tanto no había ni ventiladores y menos aire acondicionado, así que un fuentón con agua eran los elementos para aplacar el calor. Decían mis padres que me gustaba mucho estar en el agua, pero con la llegada del otoño eso se fue terminando y yo empezaba a dar mis primeros pasos, tomando de la mano de mi madre y con nueve meses ya me animaba a caminar solo. Llegó el mes de abril y una mañana mi madre vino a ver porque no me levantaba y se encuentra con un cuadro que no esperaba, estaba medio cuerpo (brazo, mitad de torso derecho y pierna izquierda) enrojecido y el otro bien pálido y con mucha fiebre. Después de hacer paños fríos y ver que la fiebre no cedía decidieron llevarme al médico. El diagnóstico a primeras vistas no dejaba de ser un estado gripal fuerte pero el médico habló que estaba surgiendo una enfermedad nueva que hasta podía llegar a ser mortal. Pasaban los días y la situación no mejoraba, todo, por el contrario, la falta de fuerzas en los miembros inferiores había disminuido notablemente, ya no quedaba parado. De nuevo a Reconquista al médico, en este caso a un pediatra reconocido, el Dr. Restanio, quien al verme dijo lo que mis padres no querían oír “No me caben dudas de que esto es la nueva enfermedad, poliomielitis es su nombre” sentenció el médico, “aunque algunos la llaman parálisis infantil”.
SU INGRESO A LA ESCUELA
La suerte ya estaba echada, había que ver como se salía de esto. El futuro era incierto. Varios vecinos de la colonia habían sufrido lo mismo en mayor o menor medida. Entre ellos Alfredo “Fredi” Muchiut quien había vuelto de cumplir con el Servicio Militar; Isabel Fontana una vecina de mi edad; Irene Tófful que en meses más debía contraer matrimonio. En fin, hubo muchos más que ya no recuerdo.
Todos buscaban la salida por el lado de la medicina, pero ante la desesperación recurrían a curanderos o manos santas como se les decía. En Goya había aparecido un sanador que se hizo muy famoso rápidamente, era Jaime Prez, quien decían tenia poderes sobrenaturales y era capaz de curar esto y tantas otras enfermedades.
Mis padres, desesperados, decidieron probar suerte, se embarcaron en la balsa y cruzaron el Paraná rumbo a Goya. Allá asistieron a una puesta en escena que los dejó sorprendidos, mudos que hablaban, sordos que escuchaban, paralíticos que tiraban las muletas y empezaban a caminar, etc. Toda una puesta en escena que maravillaba a la gente. Pero grande fue su decepción cuando me llevaron ante él. Dicen que cuando el puso su mano sobre mi frente rápidamente la retiró y les dijo a mis padres “¡con esto no puedo!” y se retiró del lugar dejando a mucha gente en la espera de ser atendida y curada.
El regreso a casa fue en silencio, las esperanzas se desvanecían, y lo único que restaba era recurrir a la ciencia médica. Ese mismo año llegaría a la Argentina la vacuna antipoliomielítica desarrollada por Jonas Salk, probada por primera vez en 1952 y dada a conocer el 12 de abril de 1955 en los Estados Unidos, pero ya era tarde, la enfermedad fue haciendo su proceso, se perdía la fuerza en los miembros superiores e inferiores y ya nada volvería a ser como antes, ya no había posibilidades que volviera a caminar por mis propios medios. Así es que mis padres nunca se dejaron vencer y continuaron su lucha llevándome a los médicos en Reconquista por un par de años más.
Un día, cuando ya había cumplido cuatro años, uno de los médicos que me atendía le comentó a mis padres que en Santa Fe había un lugar especializado en la atención de pacientes con secuelas de poliomielitis. Era en ese entonces el Instituto de Rehabilitación Dr. Carlos M. Vera Candioti, en la calle Buenos Aires 3738 (actualmente Mons. Zaspe).
Hacia allí partieron mis padres y fueron recibidos por un equipo médico de excelencia integrado por los doctores Abraham, Azcuenaga y Mannarino. Después de hacer los estudios pertinentes aconsejaron que había que hacer al menos cuatro cirugías reconstructoras de nervios y articulaciones y que con eso más el uso de aparatos ortopédicos (órtesis) y muletas y una rehabilitación adecuada podría caminar.
No se imaginan la alegría de mis padres. Volvimos al campo para preparar todo porque debía en el término de un mes ir nuevamente a Santa Fe para que me realizaran las intervenciones quirúrgicas.
Llegó la fecha indicada y partimos nuevamente a Santa Fe, ésta vez al Hospital de Niños donde se harían las intervenciones. Primero se hizo la del tobillo izquierdo que resultó un éxito. Tiempo después vinieron las de las dos rodillas en donde me injertaron nervios de chivo para fortalecer las rodillas. Después de casi seis horas concluyó la cirugía. El médico (Dr. Abraham) salió del quirófano pálido y exhausto y se dirigió a mi padre “Don Pagura, la cirugía fue un éxito, pero se nos fue de las manos la anestesia, su hijo está tratando de salir con la ayuda de un pulmotor, creemos que todo saldrá bien”. Dos horas más tarde le avisaron a mi padre que había reaccionado, pero debía quedar al cuidado en una sala especial (aún no había terapia intensiva) y alguien debía permanecer al lado mío las próximas 24 horas.
Allí me dejaron por 48 horas más y luego me trasladaron al Vera Candioti donde debería permanecer hasta que me quitaran los puntos y me dieran el alta. Fueron quince días en los que casi no me podía mover ni hacer fuerzas. Bajo la atenta vigilancia de las enfermeras del Instituto quedé allí quince días y después de sacarme los puntos me dieron de alta. Debía regresar al campo por seis meses, tiempo prudencial para que todo esté bien y comenzar la rehabilitación.
Pasaron casi ocho meses y cuando me dieron turno para internarme allá fuimos. Por el término de un año ese sería mi nuevo hogar. Allí comenzaría la rehabilitación kinesiológica y el proceso de aprendizaje de uso de órtesis (aparatos ortopédicos) y muletas. El proceso requería de mucha paciencia y tiempo y sobretodo que causara efecto positivo.
Era fines del año 1960. A principios de 1961 vieron que yo en junio cumpliría 6 años y debía comenzar mi alfabetización primaria. Así que en marzo de ese año comenzaron las clases en el mismo Instituto. El día transcurría entre clases, rehabilitación y tiempos de ocio y recreación. Éramos muchos los internados, entre varones y mujeres, y la mayoría asistía a clases.
Mi maestra era Norma (pero no recuerdo el apellido) y estaba absolutamente sorprendida por mis avances en los estudios y la capacidad que tenía para retener datos. Yo había aprendido a leer y escribir en mi familia y eso fue suficiente para que solo hiciera un mes de Primer Grado y me pasaran a Prime
ro Superior (luego se transformaría en Segundo). A esa altura leía muy bien lo que me pusieran delante y hacia divisiones y multiplicaciones de dos o tres cifras.
Mi estadía en Santa Fe en el Vera Candioti llegaría a su fin en diciembre de ese año y volvería al campo. Era menester encontrar una escuela para que continuara con la escuela primaria, y la más cercana se encontraba a casi cinco kilómetros de mi casa, era en Las Amintas. Como allí estudiaban mis primas me inscribieron allí.