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La historia de “Cachito” Agustini: canillita, lustrador, albañil y cocinero

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Don “Pepito” Agustini llegó a Reconquista proveniente de La Vanguardia y adquirió una propiedad a comienzos de la década del 60, en barrio Moreno, sobre calle Iturraspe y 40, frente al cementerio municipal.

La propiedad era de Ibañez, tenía techo de paja y era una casa larga con varias habitaciones, que el nuevo dueño las alquilaba. Junto a él llegó un niño, a quién crio desde chico, se llamaba Claudio Agustini, “Cacho”, “Cachito”, “Cachirula”, tal el apodo que tenía para los amigos.

Venía acostumbrado a las actividades propias del campo y acá se encontró con otra realidad, debía ganarse la vida de alguna manera porque el estudio y la escuela no eran su fuerte, es así que “Cachito” se ganó el pan cumpliendo diversos oficios.

“Gorrión” Segretin, era su vecino y nieto a su vez de Don Pepito. Cuenta que al comienzo trabajó como lustrabotas, un oficio casi perdido hoy día, pero que en ese momento desarrollaban sobre todo los niños.

Su carácter afable le permitió ganarse la amistad de los chicos del barrio, de los vecinos y de sus eventuales clientes. Tenía su cajón, donde prolijamente guardaba sus elementos de trabajo, un banquito donde se sentaba para  lustrar los zapatos, las pomadas de distinto color con sus respectivos cepillos, el más grande para sacarle brillo y luego el paño para darle el toque final.

Cuando terminaba tenía una frase que era característica en él: “¡Le gusta señor, mire como quedaron sus zapatos, son nuevos, que calidad la mía…!”.

Solía recorrer los cuatro bares que estaban frente a la terminal, pizzería La Imperial, el bar Grill, El Pollo Trasnochado y la Perla del Norte, todos ubicados sobre calle Olessio.

Incursionaba también en el centro donde lustraba en Cheroga, en el bar de Monteverde y en Confitería Richmondt. Ofrecía sus servicios a quienes estaban sentados en las mesas, a los pasajeros que hacían una escala en la terminal de Reconquista y a quienes caminaban por las calles, para él todos eran potenciales clientes.

“¿Se lustra señor?”, era preguntar y esperar que le contesten, siempre tenía una frase, un motivo, una palabra, para convencerlos que los zapatos no se veían bien.

Así se fue ganando el cariño de todos, tenía sus clientes fijos y juntaba un jornal diario que le permitían comer y vestirse, algo ya muy importante para él en ese momento.

En poco tiempo “Cachito” se convirtió en uno de los lustradores más destacados de Reconquista.

Vivía en una pieza ubicada sobre calle 40 , propiedad de Don Pepito, tenía al comienzo piso de tierra, lugar para una cama, un calentador, una mesa, dos sillas y nada más, quizás no tenía energía eléctrica, no recuerdo ese detalle.

Paralelamente junto al oficio de lustrador, “Cachito” era canillita, se proveía de diarios y revistas en el Kiosco de Ruoppulo y Tshanenn y así vendía las historietas clásicas de la época, como Patoruzú, Patoruzito, Isidoro, Hijitus, Larguirucho y varias más, además de las revista El Gráfico y Goles y el diario La Razón, que era el primero en llegar a la ciudad, venía hasta Resistencia y de ahí lo distribuían a nuestra zona.

Cuando se hizo más grande dejó las tareas de lustrador y de canillita, y trabajó de ayudante de albañil con Antonio Soto, un destacado constructor que vivía sobre calle Alvear al 1900, frente a la cancha de Talleres.

Iba cambiando de patrones, conforme al trabajo que tenía cada uno de ellos y conforme también a su conveniencia.

Luego fue ayudante de cocina a la noche en pizzería La Imperial, donde preparaban pizas, empanadas y milanesas fundamentalmente, acompañadas de las picadas de aceitunas, pororó y maní que se servían junto a la cerveza.

“Cachito” con el tiempo fue ganado por el alcohol y vivió mal sus últimos años. Siempre iba a la cancha de Talleres a ver los partidos, “¡tirá pibe tirá!”, se le escuchaba decir detrás del alambrado. No faltaba al almacén Apolo XI de “Nene” Reniero, donde cada vez que tenía plata era común verlo comer uno de los generosos sándwich de milanesas que preparaba doña Juana Gallard.

Para los carnavales en calle Patricio Diez se disfrazaba de El Llanero Solitario, con los dos revólveres a los costados, atados en sus piernas, el sombrero blanco, el antifaz, una campera con flecos, zapatos y luego caminaba desde Amenábar a Obligado, perseguido por los más chiquitos a quienes demostraba su habilidad para sacar y guardar rápido el revólver. «Abran paso que aquí llega «El Mocito» se le escuchaba decir.

“Cachito” era hincha de River, jugaba de arquero en el equipo del barrio, siempre vestido de negro, se decía admirador de Amadeo Carrizo, solía mostrarse con las rodillas peladas y sangrantes al final de cada partido.

En su pequeña pieza, se veían pegadas prolijamente todas las láminas que entraran  alrededor de las paredes que las sacaba de Goles o El Gráfico, lógicamente la mayoría de River Plate.

Nunca se le conoció una novia.  Se juntaba con personas que cuando tomaban se ponían muy agresivos. Es así que falleció víctima de una agresión que recibió con arma blanca a la vuelta de su casa. Perdió mucha sangre, lo operaron en el hospital, pero no pudieron salvar su vida.

FOTO: «Cachito» Agustini con Susana Segretin en brazos.

Nota: Síntesis breve de la historia de “Cachito lustrador” publicada en el libro “Historias del Barrio Moreno”, pag. 301, de mi autoría, agotado en la actualidad.

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