Tras conocerse la noticia del fallecimiento del Papa Francisco, el Padre Gustavo Pez expresó su conmoción y reflexionó sobre el legado del pontífice argentino.
“Recibí la noticia con mucha conmoción. Pensaba en cómo el primer día, el último día estuvo en la Plaza de San Pedro”, recordó emocionado. Francisco hizo su última aparición pública durante la bendición “Urbi et Orbi” del Domingo de Resurrección. “Hasta el último momento vivió con intensidad“, resaltó Pez.
El sacerdote destacó la profunda huella que deja Francisco en la historia de la Iglesia. “Lo que deja Francisco es la vuelta al Evangelio, a esta Iglesia pobre y de los pobres, desde el día en que eligió su nombre. Nos dejó toda esa humildad, la lucha por la paz”, sostuvo.
Asimismo, valoró la transformación que impulsó durante su papado: “Ha dado una imagen verdadera de la Iglesia de Jesucristo, que la habíamos perdido un poco. Logró acercarse a la gente.”
“El católico tiene que vivir en una oración profunda por la gracia que tuvimos de tenerlo como Papa y después una oración al Espíritu Santo que ilumine a los que van a elegir a su sucesor”, finalizó.
Del libro Esperanza, autobiografía del Papa Francisco:
Cuando fallezca, no me enterrarán en San Pedro, sino en Santa María la Mayor: el Vaticano es la casa de mi último servicio, no la de la eternidad. Estaré en la habitación en la que ahora custodian los candelabros, cerca de esa Reina de la Paz a la que he pedido ayuda siempre y por la que me he hecho abrazar durante mi pontificado más de cien veces. Me han confirmado que todo está preparado.
El ritual de las exequias era demasiado ampuloso y he hablado con el maestro de ceremonias para aligerarlo: nada de catafalco, ninguna ceremonia para el cierre del ataúd. Con dignidad, pero como todo cristiano. Aunque sé que ya me ha concedido muchas, solo le he pedido una gracia más al Señor: cuida de mí, que sea cuando quieras, pero, Tú lo sabes, me da bastante miedo el dolor físico… Así que, por favor, que no me haga mucho daño.
Cuando fallezca, no me enterrarán en San Pedro, sino en Santa María la Mayor: el Vaticano es la casa de mi último servicio, no la de la eternidad. Estaré en la habitación en la que ahora custodian los candelabros, cerca de esa Reina de la Paz a la que he pedido ayuda siempre y por la que me he hecho abrazar durante mi pontificado más de cien veces. Me han confirmado que todo está preparado.
El ritual de las exequias era demasiado ampuloso y he hablado con el maestro de ceremonias para aligerarlo: nada de catafalco, ninguna ceremonia para el cierre del ataúd. Con dignidad, pero como todo cristiano. Aunque sé que ya me ha concedido muchas, solo le he pedido una gracia más al Señor: cuida de mí, que sea cuando quieras, pero, Tú lo sabes, me da bastante miedo el dolor físico… Así que, por favor, que no me haga mucho daño.
