‘Y un frío como agujas perforaba las carnes’ advirtió Roselli alguna vez para retratar las aventuras de Manuel Obligado. Mayo de 2022 nos da una idea de cómo eran las temperaturas que tuvieron que enfrentar los fundadores de nuestra ciudad hace 150 años. Afortunadamente, lo suavizamos con un café o un guiso de lentejas, al lado de la estufa y con dos o tres mantas encima.
Estamos en nuestra zona de confort, sabemos sobrellevarlo. A algunos les gusta, disfrutan del invierno; otros, no tanto, prefieren los 30 y pico de grados de noviembre o enero. Claro, tenemos la posibilidad de elegir; muchas otras personas no pueden, no saben o no quieren.
Pasar frío no es fácil. Si vivís en la calle, es menos fácil aún. El invierno es el peor enemigo, te deja tirado a su suerte, te domina y vos solo podés obedecer… acurrucarte y asentir. Eso le pasa a Jorge, un hombre de tan solo 48 años -aunque aparenta unos 70 por los trances de la vida-.
De Jorge no tenemos muchos datos, aparentemente tiene algún familiar dando vueltas en Barrio Guadalupe. “Mi padre” dice a las apuradas y con una voz bastante baja. Es tímido, no le gusta hablar, se inhibe. Anoche, con uno aproximados 10° nocturnos, durmió a la deriva; en la zona de la estación de servicio ubicada por Pietropaolo.
Pero, las bajas temperaturas no son sus únicas antagonistas. El hambre es otro enemigo. “Por ahí nomás como; anoche, no”, confiesa Jorge, que está tomando mate casi todo el día y que contiene al estómago chillón. Lo dice con tanta tranquilidad que ya es moneda corriente cargar con estas necesidades básicas. Necesidades que duelen y que lastiman.
No es alcohólico, ni ha habido quejas de él. “Fernandito tomo, a veces”, se sincera Jorgito. Él solo deambula por las calles, recorre la ciudad. Seguramente la ve de una forma distinta a como la miramos nosotros. ¿Por qué?
Se lo ha intentado ayudar, se le ha recomendado que vaya al refugio de barrio Itatí, al lado del dispensario. Allí tiene camas y frazadas y hasta para comer algo. Se encontraría con pares suyos. Su vida no corre riesgo en ese lugar, el frío no lo perforaría. Pero no. Por alguna extraña razón no va. O porque no quiere, o porque no sabe cómo llegar o por quien sabe qué motivo.
Las ayudas no le faltan, hasta le sobran. Él no las recibe, no se anima, no quiere… no sabemos. Sí debería haber una ayuda más fehaciente y comprometida porque los comentarios de los vecinos ya ni los escucha; tiene que tener alguien que lo aconseje y hasta un poquito lo obligue a sentirse ayudado.
Escuchá acá la entrevista a Jorge:
