El Presidente Javier Milei anunció su apoyo con reservas a la declaración final del G20 de Brasil, al rechazar sus disposiciones vinculadas a la denominada agenda 2030 de las Naciones Unidas. También descartó la aplicación de un impuesto a los denominados super ricos y ratificó su posición política sobre la guerra en Ucrania y el conflicto de Medio Oriente.
Compartimos la primera parte de su discurso:
Sesión I: “Inclusión social y lucha contra el hambre y la pobreza”
A los mandatarios internacionales que hoy me acompañan, buenos días.
Sea por malicia o ignorancia, la mayoría de los gobiernos modernos han insistido en un error: el error de que para combatir el hambre y la pobreza hace falta mayor intervención estatal y mayor planificación centralizada de la economía.
Este fue el espíritu con el que nació el G20 después de la crisis de las sub-prime en el 2008.
Sin embargo, la evidencia empírica demuestra lo contrario: cada vez que un Estado tuvo una presencia del 100% en la economía, que no es más que una forma bonita de llamar a la esclavitud, el resultado fue el éxodo tanto de la población como del capital y millones de muertes ya sea por hambre, frío o crimen.
Siempre que se aplicaron estas ideas tuvo que ser a punta de pistola y levantando muros que le prohibieran a su población escaparse.
Como decía Revel, lo que marcó el fracaso del socialismo no fue la caída del muro, sino su construcción.
¿Por qué fracasan estas ideas? En primer lugar, porque pretenden construir un paraíso en la tierra vulnerando dos de los tres principales derechos humanos: el derecho a la propiedad y el derecho a la libertad, y como mencioné anteriormente, a veces hasta se termina poniendo en duda el derecho a la vida.
Sin estos tres derechos la prosperidad y el crecimiento no existen, porque distorsionan el sistema de incentivos.
¿Quién querría esforzarse en un sistema que no le permite capitalizar su esfuerzo a través del ahorro y la adquisición de bienes?
¿Quién querría jugar un juego en el que constantemente le cambian las reglas y, si te va bien bajo un reglamento, buscan la excusa para apropiarse una mayor porción de lo que uno produce?
En segundo lugar, estas ideas fracasan porque – como bien dijo Hayek – cada vez que el Estado interviene genera un resultado peor al que había antes de que se entrometiera.
Esto sucede porque los políticos modernos buscan hacer de la política una forma de vida, y no tienen idea de los pormenores que implica emprender para solucionarle problemas a terceros. Así, terminan legislando sobre cuestiones que desconocen en el 100% de los casos.
De hecho, el incentivo del político implica no solucionar los problemas, sino perpetuarlos. Porque un problema solucionado es un lugar de donde el Estado debe retirarse.
En tercer lugar, estas ideas fracasan porque confunden a la voluntad con el voluntarismo. Creen que la voluntad de la política es más importante que la voluntad de cada uno de sus ciudadanos, y someten a toda la población a relacionarse de forma forzosa, como si el futuro de cada uno pudiese ser decidido desde una oficina, o como si un político supiese mejor que uno mismo lo que le conviene.
Esto termina distorsionando el sistema de precios, y forzando a la población entera a acceder a bienes y servicios de peor calidad, a un peor precio. Todo por el capricho de políticos. Y en el peor de los casos termina generando crisis de déficit, de deuda y destruyendo la moneda. Miren si no lo sabremos de primera mano los argentinos que en los últimos 40 años tuvimos 3 signos monetarios diferentes y en diciembre del año pasado asumimos la Presidencia con una pobreza del 55%.
En cuarto lugar, el dirigismo estatal le roba la iniciativa a los más pobres y al hacerlo les roba su dignidad, porque los vuelve esclavos de la dádiva y los somete a la corrupción de los intermediarios amigos del Estado.
De modo que, sobre este asunto, nuestra administración tiene una posición simple: si queremos luchar contra el hambre y erradicar la pobreza, la solución está en corrernos del medio.
Debemos desregular la actividad económica para liberar el mercado y facilitar el comercio, y que el intercambio voluntario de bienes y servicios traiga prosperidad.
El capitalismo de libre mercado ya sacó de la pobreza extrema al 90% de la población global, y duplicó la expectativa de vida. Esto fue gracias a que generó un progreso tecnológico que puso al humano en el lugar de los dioses, habiendo conquistado los océanos, el aire, el espacio, el átomo y pudiendo comunicarnos a cientos de miles de kilómetros en tiempo real, como si se tratara de telepatía.
Todo esto lo logró el privado por cuenta propia, buscando solucionar los problemas que aparecían sobre la marcha. No fue por orden de ningún jerarca estatal.
Esto significa que nunca verán a nuestra administración defender propuestas que impliquen mayor presión fiscal, ni propuestas de desarrollo sostenible que prioricen caprichos de políticos con la panza llena en países ricos, cuando los países pobres necesitan explotar sus recursos para salir de la pobreza.
Voy a decirlo de nuevo: lo único que funciona para sacar a miles de millones de la pobreza es el capitalismo de libre empresa.
Cualquier otra propuesta es hubris para confortar y financiar sociólogos mal formados y deshonestos. Y lo voy a repetir las veces que haga falta, y donde sea, porque tengo toda la historia de mi lado.
Muchas gracias a todos y que Dios bendiga al mundo libre.