José María Miño vivía en la zona rural, en Flor de Oro, junto a sus padres hasta que decidió instalarse a vivir en Reconquista. “Mi papá trabajaba en el algodón, se terminaba el cosechero en la década del 60 de a poco porque empezaban a aparecer las máquinas. Lo llama Delbón a poco de instalarse el Friar para trabajar de sereno y ahí arranca en la ciudad. Mi mamá tenía una pensión en Flor de Oro, cocinaba para todos, los dueños de la casa, los policías, los viajantes, los maestros, los empleados del ferrocarril, era un pueblo que tenía movimiento gracias al tren. Yo hacía changas, tenía 14 años y sabía manejar el telégrafo, lo aprendí al lado del jefe de estación. Completaba las planillas de los movimientos del tren, atendía la gente, de metido nomás, era colaborador, resulta que yo quería trabajar en la estación del ferrocarril. El jefe venía a la ciudad y yo me quedaba de encargado, hasta que el tren dejó de funcionar. Me quedé solo en el campo, sobreviví, pero después mi mamá me dijo que venga a la ciudad y lo hice. Trabajaba en Flor de Oro en el almacén de Guillermo Raffin, me daban la comida, mi papá era empleado de Mascheroni y mi mamá preparaba la comida”.
Lo primero cuando alguien llegaba del campo en esa época era buscar trabajo, decir soy de la zona rural era una buena carta de presentación en la ciudad. “Había un tal Galarza que tiraba la basura de los caballos de la cochería Nardelli cerca del arroyo El Rey y mi mamá le dice que me consiga trabajo, entonces él le dice que vaya a hablar con el dueño. Así hice, al otro día a primera hora me voy a hablar con Cacho Nardelli. Le pregunto si necesitaba un empleado, bueno me dice, vení mañana. Cuando llego me da una escoba para que limpie el galpón donde estaban los caballos, así arranqué, me quedé ahí 42 años hasta que me jubilé”.
Miño se acuerda que un día preguntan por “Cacho” Nardelli y él no estaba. “Yo anoté quién era y le digo al otro día que anduvieron preguntando por él, ahí me pregunta si no quería trabajar en la oficina. Yo le digo no sé nada, cómo voy a trabajar ahí, pensalo me dice. A los días vuelve a preguntarme, ¿no querés trabajar en la oficina?, tenés linda letra me dice, y bueno me puso una chica que me enseñó a escribir a máquina, y me fue llevando de a poco. Me dijo, acá te vas a empezar a hacer cargo de algunas cosas, de ser el encargado de mis compañeros de trabajo. A ellos les resultaba extraño porque éramos compañeros, pero me tocaba ordenar el trabajo de todos. No era una tarea fácil, porque cuando viene alguien por el fallecimiento del familiar está en una situación límite y hay que ser muy cuidadoso en el trato con esa persona”.
En una época, “el servicio se prestaba con caballos, había doce y los carros, uno de primera, otro de segunda, según la posición económica pagaban uno u otro, un porta corona y un fúnebre para los niños. Se hacía permanente limpieza de los carros, se bañaban los caballos, había que cuidarlos mucho, le dábamos alfalfa, avena, maíz, estaban bien alimentados. Después aparecen los autos, se venden los carros y los caballos y arranca otra historia”.
Los autos eran largos, interminables. “Sí, eran autos grandes, Kaiser Carabelas, se les hacía las reformas para poder transportar los féretros, que eran hechos por Orlando Zorzón en la carpintería de Cacho. Yo como encargado tenía un buen sueldo, estaba conforme, por eso respondía en el trabajo”.
Miño integró varias comisiones directivas. “Me acuerdo más de la primera, me habló Luis Paravano y me sumé al grupo. Yo era muy responsable en mi trabajo, Cacho y su esposa, Mirta Cáceres, me tenían mucha confianza, ellos se iban y yo me hacía cargo de todo. Recuerdo que cuando la empresa cumple 70 años hicimos un festejo en el local del Centro, a todos los compañeros le dieron un reloj de obsequio, a mí no me llamaron, se olvidaron dije, pero no, me dejaron para el final, me dieron la llave de un auto Renault Clío 0 km, la verdad es que no lo esperaba, pero así fue, yo gracias a mi trabajo pude progresar. Y en el gremio asistía a todas las reuniones y había mucha gente que no era empleado de comercio, pero nos ayudaban, nos apoyaban, en cada fiesta hacíamos todo nosotros”.
En el año 2006 le llega la jubilación. “Tuve que jubilarme, yo tenía la camiseta puesta de la empresa porque me tenían bien. Hicieron los compañeros una fiesta de despedida en Avellaneda, cuando llego no había nadie y me dicen que pasara al fondo por un pasillo hasta un salón, las luces estaban apagadas y cuando se prenden estaba todo preparado, todo organizado, estuvo muy lindo. Tengo siempre los mejores recuerdos de mi trabajo, del Centro de Empleados de Comercio, de las comisiones directivas que integré, la verdad es que la pasé muy bien”.